¿En qué se parecen Venezuela y China? Cualquiera seguramente dirá: en nada o muy poco. Y no le falta razón. Tanto el sentido común como el pensamiento más analítico y especializado apuntan a una distancia sideral. Se podría adaptar a estos efectos el famoso díctum de Alfaro Ucero para decir: “no somos chinos”. Sin embargo, una intuición comenzó a tomar cuerpo en mi mente cuando inicié la lectura de la monumental biografía política “Deng Xiaoping and the Transformation of China” del profesor emérito de Harvard, Ezra Vogel.
China hoy es otra
Obra acuciosa, como corresponde a un buen historiador, el profesor Vogel analiza partes decisivas tanto de la vida del líder chino como de la historia reciente de esa populosa nación. Estaba haciendo falta porque las ciencias sociales contemporáneas no están exentas de la creación y propagación de mitos. Y en torno a la China post-Mao Zedong se ha tejido una prolífica mitología que canta loas a las reformas de mercado chinas como nueva baratija para el consumo de economistas, planificadores y reformadores sociales.
Lo que el libro del profesor Vogel reconstruye es el trasfondo y detalle de las decisiones políticas, internacionales y económicas que tomó Deng Xiaoping para cambiar el curso de la sociedad china y las circunstancias que lo llevaron a seguir unas opciones y no otras. Igualmente se adentra en los vastos meandros de la política en un régimen totalitario que ha ido lentamente transmutándose en autoritario[1]. No olvidemos que hasta el último hálito de su vida Deng fue un ferviente comunista. Aunque también era un nacionalista chino que ambicionaba para su país un lugar en el mundo más ajustado a sus realidades y potencialidades, hasta el final quiso adelantar la utopía socialista que plantearon Marx y Engels más de un siglo antes.
Como toda gran obra, el libro de Vogel admite muchas lecturas, pero lo más admirable y quizás el sello principal que la hará fundamental como juicio sobre una pieza decisiva del mundo contemporáneo es el análisis de la forma, el tempo, las condiciones y las decisiones específicas que llevaron a Deng Xiaoping a adelantar las reformas económicas, políticas y sociales más importantes del siglo pasado y lo que va del actual. Pero quizás más importante aún para el conocimiento de la política como arte, es la formulación que tuvo que darle a esos cambios bajo una revolución tan radical como la china que venía de experimentar la Revolución Cultural, quiérase o no el ejemplo más preclaro de “revolución dentro de la revolución”.
La clave de la gesta política de Deng consiste no sólo en haber adelantado cambios profundos y definitivos a la gestión económica, a la infraestructura productiva y a la política internacional –total, muchos otros lo hicieron antes– sino haberlo hecho cuando todavía el pensamiento hegemónico en China se organizaba en torno a la reverencia cuasi-religiosa de Mao Zedong y su pensamiento revolucionario.
Vogel nos recuerda que las reformas adelantadas –que no formuladas– por Deng Xiaoping vienen de antes. La filosofía de transformación de China que comenzó bajo la égida de Deng y que luego evolucionó hacia lo que es hoy, fue planteada inicialmente por Zhu Enlai, de los pocos fundadores de la Revolución China que escapó a la defenestración durante la Revolución Cultural, aún cuando mantenía divergencias profundas con el líder máximo. Son ya clásicas las referencias a las Cuatro Modernizaciones que planteara Zhu tan temprano como 1963, incluso antes de la Revolución Cultural. Pero su puesta en marcha inicial ocurrió bajo Hua Guofeng, designado por Mao Zedong a la cúspide del poder piramidal de China cuando su poder omnímodo languidecía.
Escribe Vogel que en las postrimerías de su reinado Mao decidió un cambio de rumbo político y económico, no sólo porque el heredado de la Revolución Cultural tenía dramáticas consecuencias sobre el nivel de vida de un país enorme como China, sino porque de repetirse las hambrunas y guerras intestinas –que siempre caracterizaron las confrontaciones en ese país– su legado como creador de la Nueva China se vería oscurecido por la sombra del hambre y la violencia. De modo que en una misma operación decidió defenestrar a la “Banda de los Cuatro”, al tiempo que traía del exilio interno a Deng para garantizar un tránsito eficiente y relativamente pacífico a un sistema más productivo y menos oneroso para la vida de las masas chinas. Recordemos que la Banda de los Cuatro fue el grupo radical impulsor de la Revolución Cultural, entre los cuales se encontraban Jiang Qing, esposa de Mao. Conjuntamente con Lin Biao, a la sazón jefe del ejército y bajo la tutela del propio Mao, el famoso grupo radical impulsó el combate feroz contra todo aquel que se opusiera al pensamiento Mao Zedong, así como la descalificación y en ocasiones la muerte de quienes pensaran distinto.
Deng siempre se caracterizó por su lealtad a toda prueba hacia el Gran Timonel, incluso en los momentos de discrepancia. Por eso, a pesar de haber sido defenestrado y su familia perseguida (un hijo quedó parapléjico al ser lanzado desde un 2º piso), nunca fue eliminado. Incluso en los peores momentos del exilio interno en un campo agrícola de la provincia de Jiangxi, Deng escribía a Mao ofreciéndole sus opiniones y sus servicios. Por eso Mao decidió rehabilitarlo. Poco a poco Deng fue encargándose de labores de reconstrucción cada vez más importantes. Llegado el momento de la extirpación definitiva de la Revolución Cultural, quien ayudó a Mao a manejar la transición en el ejército, en el giro de la política exterior y en las mejoras económicas, fue precisamente Deng.
Mao también conocía la mente brillante de su lugarteniente, así como su naturaleza austera y su vocación incansable hacia el trabajo. Por eso le mantuvo la cuerda corta, poniéndole a su lado a dirigentes fieles a su legado que le hicieran contrapeso. Cuando el péndulo se movió con fuerza hacia las reformas y Deng comenzó a tomar vuelo propio, no dudó en sacrificarlo de nuevo, aunque le permitió permanecer en Beijing. El momento crítico ocurrió al morir Zhou Enlai en 1976, cuando se puso de manifiesto el cansancio de las multitudes chinas con la política confrontacional de la Revolución Cultural, así como su disposición a avanzar con mayor rapidez por el camino de las reformas económicas y la estabilidad política.
Las manifestaciones de pesar por el arquitecto de la política exterior china se confundieron con la petición masiva –especialmente en Tienanmen, donde se expresaban con gran libertad los reformistas– a profundizar las reformas y en apoyo a Deng Xiaoping. Esto último molestó a Mao. Pero la muerte del líder máximo poco tiempo después en 1976 garantizó la vuelta al poder de Deng. Desembarazado de la sombra del gran jefe le imprimió gran vigor al cambio económico rotundo –pero estable en lo político– que comenzó a vivir China. De ese período Deng emerge con claridad como nuevo líder. No sólo adelantó la política de acercamiento con EEUU (diseñada por Mao e inicialmente conducida por Zhu Enlai), sino que marcó un giro rotundo en relación con la vida económica.
El eje discursivo de la nueva política
Hay quienes piensan que el cambio de política en China fue tan revolucionario como lo había sido la Revolución Cultural quince años antes. Nada más falso. Todo, la transición a la nueva política, su puesta en marcha, la escogencia de los líderes del partido Comunista encargados de llevarla a cabo e incluso la reivindicación pública y política de los miles de dirigentes, científicos, profesores y demás profesionales defenestrados durante la Revolución Cultural, se llevó a cabo con sumo cuidado.
Pero si hubo algo decisivo que marcó el giro fue la escogencia de las palabras y el discurso. El profesor Vogel muestra esta operación cautelosa con eruditas incursiones en torno a las discusiones internas del PCCh y el papel de Deng en ellas, especialmente en los Plenos del Comité Central entre 1977 y 1980. Vista con el beneficio del tiempo transcurrido, la razón parece sencilla pero no lo era entonces: Deng tenía pavor a que pasara en China lo ocurrido en la Unión Soviética, donde la crítica de Stalin por Kruschev debilitó al PCUS hasta el punto de deslegitimarlo y crear las condiciones para la caída de la URSS[2]. Por eso la crítica a Mao en China siempre fue –y sigue siendo– moderada. El avance reformista manteniendo el respeto por el fundador se hizo siguiendo varias secuencias de malabarismo ideológico y político para mantener el sustrato ideológico maoísta mientras se abrían paso nuevas opciones de política. Allí radica quizás el mayor genio de Deng Xiaoping: en no haber entrado como elefante en cristalería, sino haber creado un cuerpo de argumentación sofisticado, convincente pero sin plantearse una ruptura abrupta; pero sobre todo una retórica que garantizara la estabilidad y eludiera la confrontación política en las calles.
Paso a paso: el cambio económico
La misma estrategia de sutileza en la argumentación y avance rápido en los hechos se aplicó a las reformas económicas. Siguiendo el camino adelantado por Japón en el siglo XIX con ocasión del giro adelantado por la dinastía Meiji, con Deng a la cabeza la dirigencia china organizó viajes de estudio de grupos numerosos de oficiales del PCCh con larga experiencia de gobierno tanto a Japón como a Europa, donde pudieron notar el apreciable retraso en lo económico, científico y en la administración urbana que tenían con estos países. De allí y de una intensa discusión en el seno del Partido Comunista surgieron las estrategias de modernización económica, las cuales fueron adelantadas bajo un concepto homeopático, de experimentación con cambios puntuales que, en caso de éxito, eran luego extendidas a mayores porciones de la economía.
El sentido y la manera de llevarlas a cabo ya habían sido ensayados por el propio Deng Xiaoping al ser encargado por Mao de los planes de rectificación, especialmente en el manejo de la infraestructura. Habiendo determinado que el principal cuello de botella para la productividad general era el transporte, Deng seleccionó una provincia donde la situación de los ferrocarriles era crítica y donde contaba con apoyo político sustancial. Allí cambió el sentido de la gestión, echando a un lado a los comisarios políticos todavía apegados a la “lucha de clases” y privilegiando la eficiencia. Pero todo esto lo hizo cobijándose bajo el paraguas del pensamiento Mao Zedong. El logro de éxitos tempranos –usualmente vendidos como mantra de las transformaciones organizativas de la gerencia de hoy– fue ensayado desde el inicio de las reformas modernizadoras en China. Habiendo alcanzado el éxito en la provincia seleccionada, las fórmulas fueron extendidas una a una a las provincias más importantes, hasta cubrir aquellos territorios donde el ferrocarril era un medio importante.
El mismo criterio fue utilizado para la apertura económica. La provincia de Guangdong fue seleccionada para instalar zonas económicas especiales, sobre todo por su cercanía a Hong Kong y Macao, por su vocación comercial y por la disposición favorable de los líderes locales. Es interesante notar que el primer intento de apertura a fines de 1978 no surgió de la necesidad económica sino porque en esa provincia se estaba produciendo una fuerte migración de la población a Hong Kong y Macao, muchas veces a riesgo de sus vidas. En una visita a la provincia, Deng planteó que la represión no era la solución. Más bien había que fortalecer la economía y los salarios para que la gente cesara de emigrar.
Para contrarrestar las críticas que seguramente vendrían de los sectores conservadores del partido, Deng argumentó que “por un tiempo algunos se enriquecerán más rápido que otros” y le concedió autonomía a Guangdong para llevar a cabo sus experimentos. La visión inicial de fortalecimiento del agro para la exportación fue rápidamente modificada por la creación de “distritos económicos especiales”, concebidos integralmente para el desarrollo de la industria ligera, la hotelería y en general la construcción de ciudades, con el mercado como fuerza propulsora.
Una vez que las zonas económicas dieron resultados –dos o tres años más tarde– otras provincias copiaron el ejemplo de Guangdong. Comenzó entonces el milagro chino: la experiencia se extendió al resto de la zona costera, incluyendo al “bocado del cardenal”: Shangai. De nuevo, lo decisivo del proceso reformador avanzado en China no fue exclusivamente el criterio técnico-económico sino un delicado equilibrio en la argumentación política que tomaba en consideración las necesidades de avance económico pero calibrándolas con base en a) las correlaciones de fuerza al interior del PCCh, y b) la necesidad de garantizar la estabilidad política.
Por último, Deng prefirió sacrificar su lustre como gran líder del proceso por dos razones esenciales. Primero para garantizar la imagen de unidad política a ser proyectada hacia el exterior. Por tal razón se mantuvo en primera línea a Hua Guofeng, a pesar de que ya no contaba con peso interno en el Partido. Segundo, para establecer un liderazgo colectivo, en claro contraste con el absolutismo de la era maoísta. En la práctica el liderazgo ejercido por Deng no se reproducía literalmente en el organigrama. 30 años más tarde, el sentido de gestión que prevalece en China mantiene a grandes rasgos la filosofía que le insuflara uno de los grandes reformadores de todos los tiempos.
¿Y a qué viene la Revolución Bolivariana en todo esto?
Para muchos llamar revolución lo que ocurre en Venezuela es casi un insulto, por aquello de que las revoluciones tienen un “buen lejos”, distinto a cuando se las experimenta en carne propia. En una obra temprana, cuando apenas despuntaba el chavismo en el poder, me permití llamarla revolución.[3] Hoy se la puede entender en dos ámbitos: económico y político-cultural.
La economía bajo el chavismo ha evolucionado de una economía relativamente abierta a una economía férreamente controlada por el estado. Pero ese tránsito no ha ocurrido con rapidez, como en las dos experiencias democráticas más importantes de transición al socialismo: Chile y Francia. Las nacionalizaciones, columna vertebral de la transición al socialismo, han sido irregulares: no afectan porciones enteras de la economía; más bien se expropia aquí o allá según un ritmo determinado principalmente por la importancia política o simbólica.
Lo más significativo, sin embargo, ocurre en el plano político. Allí los cambios estructurales son la recentralización del poder y su concentración en el Ejecutivo, el copamiento de todo el aparato estatal venezolano por parte del chavismo y la creación de un vasto aparataje clientelar y mediático para endiosar al líder de la revolución.
¿Dónde está entonces la revolución?, se preguntará el lector. Aparte del desquiciamiento institucional que caracteriza a todo cambio revolucionario, está presente la retórica, basada en la demonización del adversario y su negación como igual. Retórica que arma una narrativa en la cual todo lo ocurrido con anterioridad al chavismo es una perversión contra el pueblo. Que niega cualquier avance social previo e identifica los regímenes anteriores con el imperialismo, la insaciable oligarquía local, o el capitalismo. No olvidemos que en política es tan importante lo que ocurre como lo que la gente dice o piensa. El gran historiador de la revolución francesa, François Furet, insistió siempre en esa característica de las revoluciones de crear mundos virtuales de confrontación donde todo se politiza, reduciéndose al combate entre el bien y el mal.[4]
No se trata, por supuesto, sólo de retórica sino de una línea de conducta de segregación política que procura disminuir y de ser posible destruir al adversario, para lo cual se utiliza a la justicia para acorralarlo y a los medios oficiales para reducirlo a niveles subhumanos, so pretexto de una moral superior, en nombre de la historia, del pueblo o de Simón Bolívar.
Dado el carácter moderado del cambio económico, en esencia la Revolución Bolivariana ha sido una revolución cultural “a la venezolana” que ha procurado por todos los medios quebrar la voluntad del pueblo venezolano a vivir una vida democrática plural, conminándolo a odiar a quien no acepte las verdades de la revolución. Son de sobra conocidas las bases de la filosofía política en que se basa: simplificación del pensamiento del Libertador, tanto argumentalmente como en su uso como mito, en torno al cual se ensamblan otras vertientes del pensamiento latinoamericano y de otras latitudes asociadas al cambio radical.[5]
Para que este esfuerzo mayúsculo de catequesis política fructifique, el chavismo ha cerrado televisoras y radios, ha atacado sistemáticamente a aquellos que permanecen abiertos, ha establecido normativas de control de la opinión y ha utilizado impunemente el vilipendio para hostigar a medios disidentes. De manera que se trata de una revolución cultural del siglo XXI, que utiliza Twitter, la TV, la radio y cualquier medio de difusión para quebrarle el espinazo –a veces mucho más que simbólicamente – al adversario ideológico para alcanzar la hegemonía comunicacional e ideológica.
Las lecciones de Deng Xiaoping
Todo lo cual nos trae de vuelta a Deng Xiaoping, contado e interpretado por el profesor Vogel. En su combate contra las barbaridades de la Revolución Cultural, Deng tuvo que hacer malabarismos políticos y metafóricos para romper con la tradición sin vulnerar a Mao. Algunos de los hallazgos del profesor Vogel son de gran utilidad para lo que acontece en Venezuela. Cualquier vuelta a la democracia plena requerirá una sustitución del chavismo como sistema y como ideología, pero muchos de los argumentos, prédicas, instituciones y transformaciones van a requerir un cuidadoso balance entre lo nuevo (la democracia liberal) y lo viejo (la revolución chavista). Ejemplifico:
1. Hoy en Venezuela la visión dominante es la chavista. El sentido común que se expresa cotidianamente está encadenado a una larga tradición de percepciones y valores sobre lo conveniente e inconveniente, lo bueno y lo malo de la sociedad venezolana, reordenados y popularizados por el chavismo, pero que vienen de antes: el rentismo como lema de vida, esperar casi todo del estado, “alguien se está quedando con mi pedazo de la torta”, etc.
2. Algunos argumentos excesivos del chavismo, importados del arsenal cubano, y rechazados por la mayoría de los venezolanos pasan por debajo de la mesa porque no son lo más importante en el combo ideológico gubernamental.
3. Desmontar esas percepciones y argumentos de la vida diaria no va a ser fácil. No basta con que se gane una elección (en el entendido de que la oposición llegara a hacerlo). Aún con saltos de talanquera y resultados positivos en las elecciones de gobernadores, el sentido común dominante seguiría siendo el heredado después de 14 años de chavismo. Además, el chavismo siempre va a obtener un alto porcentaje de votos. Creo preferible el modelo de Deng Xiaoping de reformar argumentando mantener la continuidad en muchos terrenos.
4. Incluso la cirugía institucional debe ser seriamente meditada. La metodología que siguió Deng Xiaoping en China también fue homeopática y de ilustración por vía del ejemplo, con ciertas reminiscencias al concepto moderno de reingeniería. La Venezuela de la transición requiere algo parecido. En China, una vez reportados los éxitos, se fueron universalizando como solución en otras áreas.
5. El chavismo se está preparando para mantener sus cotos de poder aún perdiendo el Ejecutivo y mal podría el nuevo gobierno borrarlos de un plumazo, “a lo Carmona”. Sitiar tales bunkers institucionales será una guerra de posiciones pero también argumental, amén de presupuestaria. Se requerirá un análisis descarnado de cuáles contribuyen más a la estabilidad política del nuevo gobierno y cuáles concitan mayor apoyo popular.
6. Igual ocurre con los temas de justicia transicional, que buscan remediar y castigar la larga lista de agravios cometidos contra ciudadanos, instituciones, empresas y empresarios. No es lo mismo desatar una persecusión contra los funcionarios que cometieron abusos, que rehacer un sistema de justicia que tenga como prioridad mantener la estabilidad y devolverle a los venezolanos la fe contra la arbitrariedad. No habría cárceles suficientes para alojarlos a todos. Es preferible avanzar paso a paso y con pie de plomo, con un espíritu de recuperación de los tiempos de la justicia.
7. Finalmente, un alerta. No hace falta una mente enfermiza para pensar que de producirse una derrota del chavismo pueda venir una oleada de acciones contra perpetradores de abusos, una suerte de 23 de enero en pequeño. Es menester prevenir que eso ocurra. Ciclos de violencia sólo acarrearán nuevos ciclos de violencia.
En resumen, dadas las circunstancias actuales Venezuela ha entrado en un período harto complejo que requiere un cargamento de neuronas bien aceitadas, así como mucha sangre fría por parte de quienes habrán de conducirlo. La experiencia de Deng Xiaoping tras la Revolución Cultural en China y los pasos dados para la reconstrucción y el lanzamiento de una nueva era en ese país son aleccionadores para los tiempos borrascosos en los cuales Venezuela pareciera haber entrado.
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Leonardo Vivas,
Carr Center for Human Rights Policy
Harvard Kennedy School
Abril de 2012
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Harvard Kennedy School
Abril de 2012
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