La aparición de Donald Trump como candidato republicano a las elecciones presidenciales de Estados Unidos podría ser una bendición disfrazada; aunque lo cierto es que se trata de un disfraz muy pesado.
El grado de imprudencia, agresividad, falsedad e inexperiencia del hombre es superlativo. Nunca es una buena idea apreciar las virtudes de un matón o un acosador. Sin experiencia en el sector público, Trump solo puede ser juzgado por su comportamiento en el sector privado, que es, a todas luces, deplorable.
Incluso cuando ya era evidente que su rival, Ted Cruz, ya no suponía una amenaza, Trump no pudo resistir la tentación de atacarlo con una avalancha de insultos. Dijo que Cruz era un mentiroso compulsivo y que le había sido infiel a su mujer en cinco ocasiones. También afirmó que su padre estaba relacionado con Lee Harvey Oswald, el asesino de John F. Kennedy. Cruz se defendió de estos insultos indicando que Trump era "un mentiroso patológico y amoral, un narcisista y un bufón". Por su parte, el padre de Cruz pidió a "todos los miembros del Cuerpo de Cristo" que votaran "conforme a la palabra de Dios" y evitaran que Trump destruyera Estados Unidos.
Los que siguen la campaña desde una cierta distancia se preguntan qué está pasando en Estados Unidos. Lo cierto es que la respuesta es fácil y la lección que se desprende de ella, beneficiosa. Cuando una democracia da paso a una oligarquía, como ha pasado en Estados Unidos, la masa toma represalias. El Congreso se ha convertido en un dinosaurio constitucional distante y manipulable que convierte al Estado más poderoso del mundo en ingobernable, incluso para un líder tan competente y sincero como Barack Obama.
"Ningún problema", afirma la democracia, y se toma el antídoto que tiene más a mano. Vota a alguien que está fuera del sistema, al que critica a la casta de Washington, al que promete que lo cambiará todo. Y cuando la casta se une para frenar el avance de este candidato, la democracia lo apoya con más pasión. Lo apoya incluso si se trata de Trump. "Que esto sirva de lección a todos los oligarcas, a los tipos estirados con camisa impoluta y los que constantemente están midiendo sus palabras", dice la democracia: "Cada vez que os paséis de la raya, os mandaremos a alguien que será tan horrible y tan molesto que convertirá la campaña política en una auténtica pesadilla".
La candidatura de Trump ahora se adentra en un nuevo territorio. Aunque se dirige al votante rural, lo cierto es que él es un hombre de ciudad. De hecho, en un inicio el candidato que más horrorizaba al "establishment" republicano era el ultraderechista Cruz; lo conocían bien y lo detestaban. Como señala Michael Tomasky en el último New York Review of Books, preferían "tener que llamar señor presidente a Trump durante cuatro años que hacerle una reverencia a Cruz". En ese caso, apostaron por el "más vale lo malo no conocido".
Sin embargo, el número de enero de la revista conservadora National Review va "contra Trump". Los columnistas de derechas han unido fuerzas para criticarlo y lo acusan de ser un izquierdoso partidario de un gobierno grande. Recuerdan que Trump apoyó las medidas de estímulo fiscal durante la crisis crediticia; también apoyó los rescates a la banca y a los fabricantes de automóviles y pidió que el gobierno se hiciera cargo de algunas empresas para salvarlas y salvar a los trabajadores. Al National Review todo esto no le gustó.
De hecho, es cierto que Trump, al menos en el pasado, era un neoyorquino bastante progresista. Estaba a favor del aborto, a favor del control de armas, a favor de la atención sanitaria universal y fue muy crítico con la guerra de Irak auspiciada por el presidente George Bush. Lo cierto es que en los últimos meses ha ido cambiando de parecer en torno a estas cuestiones y ha optado por opinar lo que en ese momento le ha convenido más. En el caso del debate en torno al aborto, su comportamiento ha sido grotesco; su actitud ha sido completamente oportunista. De la misma forma que puede cambiar completamente de opinión, no tiene ningún reparo en volver a la opinión inicial. A veces parece que esté parodiando al político moderno.
La inseguridad y los inmigrantes
Sin lugar a dudas, Trump sabía dónde tenía que disparar en el tema de la inmigración para llegar hasta el corazón del votante conservador. Como también han hecho la mitad de los políticos de Europa, ha jugado la carta de la inseguridad que sienten los miembros de una comunidad frente a los recién llegados. Los republicanos parecen estar dispuestos a aceptar la incertidumbre que plantea Trump en lo relativo a cuestiones sociales si este es el precio que tienen que pagar para tener un candidato que sea profundamente hostil con los inmigrantes.
Mientras que otros candidatos hacen promesas vacías sobre el control de la inmigración, Trump se compromete a llevar a cabo acciones tan concretas como brutales. "Los vamos a expulsar y no los vamos a dejar entrar", afirma. Es de suponer que está convencido de que la mayoría de inmigrantes no votan.
Su estrategia está funcionando. Si bien hasta ahora las encuestas lo situaban por detrás de la candidata demócrata Hillary Clinton, el lunes pasado el Informe Rasmussen ya lo situaba por delante de la ex secretaria de Estado. En marzo, el apoyo era de 41-36 a favor de Clinton mientras que ahora es de 41-39 a favor de Trump. La suposición, repetida hasta la saciedad, de que la marca Trump tiene demasiados elementos negativos como para que los votantes apuesten por ella, especialmente las mujeres, ya no parece tan sólida. Trump cada vez está más cerca de ser nominado y ya no se puede dar por hecho que Clinton lo va a derrotar. Podría convertirse en el Leicester City (el equipo de fútbol que, contra todo pronóstico, se proclamó campeón de la Premier League) de la política estadounidense.
Trump debe hacer las paces con su partido y sus donantes si quiere quedarse con la mayoría de votos en los Estados indecisos. Es rico pero no lo suficientemente rico como para no depender de los donantes. También deberá hacer las paces con los votantes que, hasta la fecha, ha ignorado; los votantes republicanos elegantes, dignos, que tienen aversión al riesgo y que creen que Trump es sencillamente atroz. El juego para limpiar la imagen de Trump y presentarlo como alguien que no es tóxico ha empezado. Si esta táctica funciona, ¿Quién sabe qué va a pasar? Y si no funciona, el mundo ya no deberá preocuparse por él.
La 'nueva política'
Los europeos siguen la campaña con espanto. Estados Unidos tiene la asombrosa capacidad de sobresaltar al resto del mundo. Sin embargo, como señaló el historiador Arthur Schlesinger durante la era McCarthy, de vez en cuando Estados Unidos sitúa a la democracia al borde del precipicio, hace que se tambalee y luego la salva.
Las elecciones de Estados Unidos son un asunto de Estados Unidos. David Cameron se equivocó en diciembre cuando indicó que Trump era un candidato "estúpido, que divide a la sociedad y que está equivocado", no porque su descripción no fuera correcta sino porque los líderes extranjeros no deberían meter sus narices en la política de otros países. El equipo de Trump ha exigido que Cameron "se disculpe o se retracte"; una acción que sería muy humillante para el primer ministro. Lo cierto es que en los últimos tiempos Cameron parece no recibir buenos consejos.
La mejor manera de reaccionar ante Trump es ocuparnos de nuestros asuntos. De hecho, en Europa los ciudadanos también sienten el mismo desapego hacia sus élites políticas; tienen los mismos oídos sordos y arterias obstruidas que en Estados Unidos. En el Reino Unido, la llamada "nueva forma de hacer política" de Nigel Farage, Boris Johnson y Alex Salmond ha sido tan efectiva como la de Trump, y por los mismos motivos.
La política ha dejado de ser un interés personal para convertirse en un juego psicológico y tribal. La hipocresía que caracterizó los mandatos de Blair y Cameron no puede competir con esta nueva ola de autenticidad mediática.
A lo largo y ancho de Europa están surgiendo políticos que se parecen a Trump, fruto de una unión política en decadencia. Algunos son profundamente desagradables. Otros, peligrosos. Sin embargo, criticarlos y no hacer nada es un error. Si algo demuestra el auge de Trump es que no podemos criticar a todas las personas todo el tiempo.
No hay nada que reemplace la labor de escuchar a los otros, debatir con ellos, convencerlos ya que, tarde o temprano, van a votar.