Respetado Sr. Lorenzo Mendoza:
Siempre he tenido el mejor de los conceptos sobre Empresas Polar, no solo por la indiscutible calidad de sus productos, sino por su amplia responsabilidad social, su impecable imagen corporativa y esos valores positivos que durante años fue sembrando poco a poco en el corazón de la gran mayoría de los venezolanos.
Pero no es el excelente trabajo que realiza desde su empresa lo que me motiva a escribirle. En realidad lo hago absolutamente sorprendida, después de escuchar palabras suyas en las que decía: “A muchos que están pensando en irse, evalúen bien su decisión porque están cambiando unos problemas por otros. Venezuela nos necesita a todos”.
Considero que es muy heroico de su parte quedarse en Venezuela y admiro mucho su gestión frente a una empresa que en los últimos años ha estado siempre en el spotlight del ecosistema político-social venezolano. Siempre he considerado que su pragmatismo debería ser una fuente de inspiración para gerentes de todo el continente, y por eso lo respeto.
Sin embargo me parece que nadie, por mucho respeto que yo le tenga, tiene derecho a opinar sobre la decisión que con tanto dolor y resignación hemos tenido que tomar miles de venezolanos, que metimos nuestra vida en tres maletas, nos despedimos de nuestros afectos y dejamos atrás lo que con tanto sacrificio y satisfacción habíamos construido.
Es evidente, Sr. Mendoza, que usted jamás ha hecho una cola para comprar harina P.A.N. Sin embargo, no creo que sea la única diferencia entre usted y los miles de inmigrantes venezolanos que todos los días fotografían sus pies sobre la obra cromática de Cruz Diez en el aeropuerto de Maiquetía, con la esperanza de dar pasos firmes en el camino de un futuro que las circunstancias del país le han arrebatado.
Me pregunto si en los últimos años ha visto menguar la salud de algún familiar cercano a causa de la escasez de algún medicamento y ha sentido la impotencia de no poder ayudarlo mientras la desesperación de verlo sufrir lo atormenta por las noches.
La verdad es que no creo que recientemente le haya tocado vivir la espeluznante experiencia de que lo atraquen en un autobús destartalado un sábado a las 6:00 de la tarde, ni creo que en su residencia se metan los ladrones todas las semanas o se quede sin agua durante más de tres días. Tampoco creo que, al ver lo que cuesta hoy en día un apartamentico en obra gris en las afueras de la ciudad, se haya puesto la mano en el corazón pensando que jamás tendrá un techo propio.
Me cuesta creer que usted esté contando con la pensión del Seguro Social para vivir dignamente sus años de vejez. Me imagino que no viaja con cupos Cadivi, Simadi, Cencoex o como se llamen a estas alturas y algo me dice que, afortunadamente y gracias a su trabajo honrado y respetable; tiene cómo ir a comer a un restaurant, aunque sea una vez al mes, sin que eso represente la debacle de su presupuesto familiar.
Personalmente pienso que usted merece todo lo que tiene porque se lo ha ganado a pulso y, bajo su dirección, empresas Polar ha crecido incluso más allá de las fronteras venezolanas, consolidándose como un ejemplo de gerencia efectiva. Pero también pienso que quienes hemos tenido que separarnos de nuestras familias porque sí pasamos por todas esas cosas que probablemente a usted no le afectan, no merecemos que alguien que no está en nuestros zapatos quiera hacernos ver como los malos de la película porque decidimos cambiar “unos problemas por otros”.
En primer lugar: Esa es una decisión personal sobre la que usted no tiene derecho a emitir ningún tipo de opinión, razón por la cual es obvio que además no puede compartir o dejar de compartir algo que en realidad no es problema suyo. En segundo lugar: no acepto el chantaje psico-emocional de recurrir a la frase “Venezuela nos necesita a todos” como si la gran mayoría de quienes nos fuimos no lo hicimos cansados de poner una y otra y otra y otra vez la mejilla; o fuéramos una especie de egoístas desalmados merecedores de algún tipo de reclamo por parte de la Patria (de la que además usted tampoco es vocero oficial).
En tercer y último lugar: Muchos venezolanos se han ido y “evalúan bien su decisión” para poder darle a sus hijos todos lo que sus padres con trabajo y dedicación pudieron darle a usted. Sus padres construyeron una empresa que prosperó gracias, entre otras cosas, al entorno-país de una Venezuela que no ya no existe.
Usted dijo que respeta “a la gente que tiene la oportunidad de irse”. Lamentablemente completó la frase diciendo “porque cree que su condición personal le dice me voy a donde sea”. No se trata de lo que la gente crea, se trata de lo que vive, de lo que sueña y de lo que quiere para su vida. Menospreciar de esa manera la desesperación de un ser humano que se siente atrapado y sin salida está lejos de ser un acto noble.
Creo que también lo escuché decir que los venezolanos teníamos derechos. Lo que no me quedó claro durante su intervención frente a sus trabajadores es cómo podríamos ejercerlos, a qué institución podemos acudir, con qué funcionario podríamos contar; si el primer derecho que debe garantizarnos el Estado es el derecho a la vida, pero todos sabemos que en Venezuela eso no pasa de un chiste malo y un suspiro ahogado en indignante vergüenza.
Hablamos, Sr. Lorenzo, de un país donde hasta por mandar un tweet un ciudadano puede terminar preso.
Venezuela se convirtió en un lugar al que sentía que ya no pertenecía, por eso me fui. Porque no importa que tan grande sea el amor que te ate a algo, si ese algo te hace daño, te limita, te frustra, te pone en peligro o te maltrata emocional y espiritualmente; la decisión correcta es apartarte, sin importar cuánto duela hacerlo.
No sé qué me depara el futuro. Quizás vuelva, quizás no. Pero mientras tanto no acepto el consejo despectivo “evalúen bien su decisión”, como quien espera que a alguien le vaya mal, para decirle después: “te lo dije”.
Es verdad que no todos los venezolanos pueden irse del país. Pero estoy segura de que muchos de ellos estarían más que dispuestos a “cambiar unos problemas por otros” si tuvieran cómo hacerlo.
Si quiere darle un mensaje de esperanza a los venezolanos que se quedan en Venezuela me parece excelente, (¡un aplauso de pie por eso!), pero por favor no lo haga a costa de poner en duda si la decisión que tomamos quienes nos fuimos fue la más inteligente o no. Si de verdad nos respeta sencillamente no opine sobre nuestra situación, porque a nosotros usted no nos conoce.
María José Flores, una venezolana que “cambió unos problemas por otros”.