No creo que tal "síndrome" haya sido identificado o reconocido médicamente, tampoco por diccionarios. Sin embargo correspondería a una sensación que se presenta ocasionalmente y con alguna frecuencia a los que alcanzan a vivir relativamente bien hasta la vejez, a los que, con relativa salud, viven mucho y a los que sufren, una enfermedad que saben tiene fecha de vencimiento, que podría ser en cualquier momento.
Me refiero a la sensación de impotencia, frustración, que aun con fuerzas y conciencia para llevar a cabo un propósito, se sienta la imposibilidad de lograrlo, y no se llega ni siquiera a iniciarlo por la incertidumbre del tiempo que queda. Que el tiempo se acaba. Igual el gobernante que desea dejar una impronta que lo sobreviva al finalizar su mandato o un simple mortal a sus descendientes, pero paraliza o no inicia la acción, pues se siente que no hay tiempo. Que el tiempo se acaba. Conozco esa sensación. He vivido mucho, afortunadamente en buenas condiciones físicas y mentales, y aunque no quiero morir, no tengo miedo a la muerte ni al más allá.
En el caso del Presidente, cierta o no la posibilidad de su muerte y del resultado del 7 de octubre, se puede dar por cierto que su socialismo del siglo XXI no sobrevivirá sin su presencia, y quizás aun con ella, a pesar de todo lo arbitrario y contra la Constitución que a toda carrera ha hecho. Cuenta con la hegemónica destreza de los hermanos Castro y no puede superar la desconfianza que tiene a sus más cercanos colaboradores, a los que mueve como piezas de ajedrez.
Cada vez más ofensivo, divisionista, con odio visceral a los venezolanos no sumisos y desprecio y mentiras a sus seguidores, ha llegado a límites inimaginables de irracionalidad, de angustia, de soberbia, y detrás de una máscara de amor e incierto patriotismo, quizás imagina nuevas violaciones a la Constitución y las Leyes.
Cuando ese "síndrome" llega a tales límites, hay que recurrir a un sabio y sincero consejero o a un tranquilizante, que ayuden a superar esa angustia, ansiedad, frustración, impotencia o en última instancia, dejar tranquilamente que se acabe el tiempo. Pero, en el primer caso, serían los hermanos Castro que están felices con las cosas como están, y aún peor; en el segundo, los médicos cubanos harían lo que manden los hermanos, a quienes en definitiva, solo les interesa lograr favores, canonjías y sumisión. Lo otro es más difícil, se necesita la conciencia limpia y tranquila y no tener temor al más allá.
Hay algo muy grave, su odio al venezolano común, al civil, al universitario, al ilustrado, sumado el desprecio a sus seguidores y la incapacidad, por su formación, de cortar las amarras de su carácter con lo cuartelario, y más, su rechazo a lo que debe ser el sector militar, digno, institucionalista, profesional y crítico, no servil.
Falta mucho por ver, antes y después del siete de octubre. Por ahora, parece que no hay remedio a la vista.
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