POR CRISTINA MARCANO (España)
Miles de venezolanos, dos millones según el Gobierno, asistieron hace un mes a las pompas fúnebres del presidente Hugo Chávez en Caracas. Otros cientos de fieles lo lloraron en las principales plazas de toda la nación. Durante varios días ese fue el retrato de Venezuela: el de una multitud unida en el dolor por la pérdida de su líder, el de un país huérfano y desolado.
En esa imagen de teleobjetivo no había cabida para otra multitud, casi invisible, ausente, como si se hubiera convertido en “polvo cósmico” para cumplir un deseo recurrente del difunto. Pero, por más que pretenda desconocerlo el Gobierno, existen más de seis millones y medio de venezolanos que no comulgan con su proyecto y lo resisten activa o pasivamente, a pesar de ser degradados desde el poder día tras día.
Pasado el prolongado duelo oficial, esos millones vuelven a escena. Y, una vez más con el viento en contra, participarán en las elecciones presidenciales del 14 de abril. Sin mayores recursos frente a la aplastante maquinaria del Estado activada en la campaña del candidato oficial, en una dinámica inconstitucional que ya es rutina. El Gobierno no solo tratará de vencerlos, sino de humillarlos.
Políticamente segregados y estigmatizados como escuálidos, oligarcas, apátridas y pitiyanquis por disentir, millones de ciudadanos —más del 44% de quienes votaron en octubre de 2012— no se resignan y siguen resistiendo tercamente. Con líderes que van y vienen, que tienen cada vez menos espacio en los medios audiovisuales, menos propaganda y ninguna posibilidad de que sus demandas de equidad sean atendidas por un árbitro electoral sesgado.
Tal vez vivirían mejor con un pequeño gesto de sumisión o algo de oportunismo. Cooperando, como una vez sugirió el Gobierno a los empresarios. Lo que no logra comprender el chavismo es que no se trata de un problema de masoquismo ni de una perversa afición a la derrota. Lo que no se explica es cómo la oposición se levanta y sigue en pie después de haber sufrido una pérdida tras otra en más de una docena de elecciones, durante un vía crucis de 14 años.
El espíritu de resistencia
de la oposición se forjó
en la lucha contra los regímenes militares
No ha sido fácil. Para comenzar, se han cometido errores tremendos: subestimar a Chávez, jugar la carta del golpe en 2002, la de la huelga petrolera, la del retiro de las parlamentarias en 2005 y los años de fragmentación antes de forjar una alianza. Pero, sobre todo, han sufrido los excesos de la popularidad de Chávez y el abuso de poder.
Millones de opositores comunes fueron fichados en una lista negra que los excluye de empleos públicos o contratos simplemente por solicitar un referendo. Sus dirigentes han sido y son espiados, grabados ilegalmente, neutralizados con juicios por presunta corrupción y claro tinte político. Han sido vetados de cargos públicos con ardides legalistas, como sucedió al exalcalde Leopoldo López para bloquear su candidatura presidencial; encarcelados sin juicio, como el candidato presidencial Henrique Capriles, o despojados de atribuciones y recursos, como le ocurrió a Antonio Ledezma tras ganar una alcaldía clave.
Han padecido la eliminación del financiamiento público de los partidos desde 1999, el control chavista de todos los poderes; manotazos y chantajes a los medios de comunicación privados, la veda en los públicos, y cambios en las reglas de juego electorales como el que permitió al Gobierno hacerse de más escaños con menos votos y sin el cual no controlaría el Parlamento. Son verdaderos expertos en adversidades. Han competido y compiten en condiciones absolutamente desiguales, con un ventajismo oficial tan descarado que hoy siete ministros, entre ellos el de Energía y Petróleo y el de Finanzas, integran el comando de campaña de Nicolás Maduro.
En abril se enfrentarán
de nuevo a la aplastante
maquinaria del Estado,
puesta al servicio
del candidato oficial
Y, sin embargo, no han hecho otra cosa que crecer. Lenta pero sostenidamente, como destacó una vez el político izquierdista y editor Teodoro Petkoff. No es obra de la CIA ni consecuencia del crecimiento de la población.
Entre 2006 y 2012, la oposición conquistó 2.298.838 votos nuevos, casi tres veces más que el Gobierno, con 882.052. En seis años, la ventaja de Chávez cayó más de 15 puntos porcentuales: de 25,9% a 10,7%. Más aún, esa caída se registró en el periodo de mayor bonanza petrolera, de mayor gasto público, de más misiones sociales, de ofertas cada vez más tentadoras como casas amobladas, equipadas y decoradas con una gran foto del comandante-presidente.
Detrás de esa perseverancia, incomprensible para el Gobierno, respira un espíritu crítico y una resistencia al sometimiento forjados tanto en los años de lucha contra los muchos regímenes militares que ha vivido el país como en las pocas décadas de democracia y alternancia política.
En una ocasión, tras unos comicios en los que la oposición mostró avances, el presidente contó que Fidel Castro le había dicho: “Chávez, en Venezuela no puede haber cuatro millones de oligarcas”. El viejo zorro cubano se refería al espejismo favorito del chavismo: pensar que todos los pobres los apoyan automáticamente, por conciencia de clase o por conveniencia; que solo los ricos y la clase media cuestionan su gestión, su manera de gobernar autocráticamente y su intención manifiesta de perpetuarse en el poder.
Son más que conocidas las razones por las cuales “la burguesía” adversa al chavismo. Algo visto como natural e ideológicamente propicio por el Gobierno. Lo que no está tan claro, lo que resulta un enigma para el chavismo, es por qué hay pobres que no se dejaron cautivar por los cantos de Chávez, por las misiones de asistencia social o por los electrodomésticos que se han regalado en varias campañas.
Para el Gobierno es un
enigma que haya
pobres que no se
dejaron cautivar por
los cantos de Chávez
¿Por qué? En la pasada campaña presidencial, durante un recorrido periodístico por barriadas pobres del interior del país con una caravana del candidato Henrique Capriles, hice esa pregunta repetidamente y las dos respuestas más frecuentes fueron: inseguridad y cambio. Aun teniendo tantos problemas concretos además de la violencia —inflación, desempleo, desabastecimiento, servicios públicos— hablaban de cambio, de alternancia política.
Chávez fue reelegido hace unos meses por 8,1 millones de un total de 18,9 millones de electores. No hay en Venezuela 11 millones de oligarcas, entre opositores y abstencionistas. Si esos pobres de la provincia que apoyaban a Capriles no se engancharon al carismático líder o se desencantaron ante la ineficacia del Gobierno, ¿qué puede esperar su desangelado sucesor?
El presidente interino arrancó la campaña prometiendo acabar con la inseguridad que en la última década ha llevado al país a convertirse en el campeón del crimen en Suramérica, pero no podrá representar ni un ligero cambio mientras siga andando con la fotografía de su mentor bajo el brazo, tratando de imitarlo. Montado sobre el duelo, Maduro confía en ganar con el mito de Chávez como aval. Pero ese mito puede resultarle también bastante pesado.
El excanciller no solo carece del carisma de su glorificado “padre”, con quien no podrá evitar ser comparado, sino que heredará una crisis económica, una enorme e incompetente burocracia, una industria petrolera estancada por decir lo menos y problemas acuciantes. Tendrá que atender además los apetitos dentro su partido, de las fuerzas armadas y de Cuba, y afrontar la pugnacidad que se avecina si persiste en la radicalización de la autodenominada revolución bolivariana. No habrá luna de miel para él.
Tampoco para Capriles, si se produjera una sorpresa. Pero, en medio del delirante clima de santificación de Chávez, pocos creen que logre ganar. Es probable que mantenga el respaldo de hace seis meses o que disminuya, incluso, si no alcanza a reanimar a los votantes en esta campaña relámpago. Puede que la oposición pierda de nuevo y se desmoralice, que culpe al candidato, que se flagele y se hunda en la frustración por un tiempo. Pero no se convertirá en polvo cósmico. Las aguas volverán a su cauce. Y seguirán siendo millones de venezolanos, aunque el chavismo pretenda ignorarlo y prefiera regodearse en su país de teleobjetivo.
Cristina Marcano es periodista y escritora. Ha publicado, junto a Alberto Barrera Tyszca, Hugo Chávez sin uniforme. Una historia personal (Debate), una biografía del expresidente de Venezuela.