Tras las conquistas europeas en todo el Nuevo Mundo, empezaba un nuevo capítulo en la historia de Occidente. Muchas son las herencias europeas en nuestro país, pero una de las más importantes es el legado sociopolítico; pasamos de ser un territorio gobernado por una serie de cacicazgos tribales, a un Estado-Nación, que poco a poco se fue desarrollando – y tambiéndeformando. Irónicamente, aquellas naciones que en los albores del Renacimiento vieron nacer la Modernidad, con el concepto deEstado, hoy se ven acechadas por un proyecto federalista continental, que pretende unificar la hermosa diversidad de las naciones europeas bajo un mismo órgano central.
La Unión Europea, que empezó siendo una especie de tratado de cooperación económica en la Europa de la postguerra, es hoy un mecanismo coercitivo, que ha drenado la autonomía e independencia de los miembros que participan de esta Unión. La perversidad de este proyecto radica, en gran parte, en su cinismo. El comisionado de Europa -la autoridad más importante de la burocracia de la Unión-, José Manuel Barroso, no ha tenido vergüenza o recato al afirmar que la Unión Europea tiene que caminar hasta convertirse en “unos Estados Unidos de Europa”. El recién electo premier italiano, Matteo Renzi, afirmó/confirmó, con palabras similares, este perverso proyecto internacionalista que, poco a poco, a ido carcomiendo la soberanía de las naciones europeas y que parece no tener límites ni gobernante que se le oponga.
Sin embargo, el domingo antepasado cantó otro gallo. Con los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo -los comicios más grandes del mundo occidental y los segundos en todo el planeta-, el proyecto internacionalista en el viejo continente ha recibido un enorme grito de descontentos. Los partidos euroescépticos -que se oponen a la unión política- recibieron un colosal apoyo, ganando las elecciones en Reino Unido, Francia y Bélgica, y consiguiendo bastantes parlamentarios en Dinamarca, Grecia, Holanda, entre otros. Los parlamentarios euroescépticos duplicaron sus asientos: de 56 parlamentarios a 115; lo que representa un incremento nunca antes visto. Los resultados de estos comicios, usualmente poco concurridos, han llamado fuertemente la atención de los gobiernos y partidos que vienen construyendo este proyecto internacionalista, sin -aparentemente- mayor oposición.
Las dos sacudidas más llamativas e importantes son las de Gran Bretaña y Francia, por ser dos de los miembros más importantes para la Unión Europea, con poblaciones que rechazan la injerencia de dicho organismo. El UKIP, partido liderado por el nacionalista y libertario Nigel Farage, ha despertado a todas las clases sociales en el Reino Unido para conseguir lo que él denominó un “terremoto político”. Con su discurso anti-establishment, de respeto a la soberanía británica y a favor de las libertades económicas, rompió con el tradicional bipartidismo británico que, tras 110 años, no había permitido que ningún partido no-tradicional -es decir, conservadores o laboristas- ganara una elección nacional. El éxito de Farage no está solamente en ganar el voto de las zonas tradicionalmente conservadoras del sur de Inglaterra, sino más bien en quitarle los votos a la izquierda tradicional al norte de Inglaterra, y hasta en Escocia – donde los conservadores no han conseguido un parlamentario desde hace 28 años.
Los europeos, tras cientos de desaciertos y errores de la Unión, parecen haberse dado cuenta de lo pernicioso que es ser gobernado por instituciones que están a cientos de kilómetros de casa. Desde Europa llegan, como es usual, importantes lecciones de soberanía, que en Venezuela tenemos que aprender.
Tras este panorama, vale la pena preguntarnos, ¿no estamos pasando en Latinoamérica por una situación similar? El proyecto internacionalista latinoamericano es más sigiloso y peligroso, pues no lo conocen a vox populi; pero existe, está organizado y es la gran amenaza de las naciones libres de América Latina: se llama Foro de São Paulo. Desde que esta perversa organización fue “oficializada”, en 1991, por el ahora ex-presidente “Lula” Da Silva y por Fidel Castro, 17 presidentes de la izquierda han llegado a nuestro continente. Los estragos que causa este proyecto los hemos sufrido especialmente en Venezuela; pero el daño hecho en Argentina, Honduras, Brasil, Ecuador, Bolivia, Nicaragua,
El Salvador y demás naciones, está a la vista de todos. En Venezuela, particularmente, hemos estado observando cómo la frontal y abierta injerencia cubana no solo succiona 100.000 barriles de petróleo al día, sino cómo controla nuestras instituciones públicas y hasta elige al presidente de la República. Vergonzoso, por decir lo menos, es este escenario; – pero más vergonzoso es notar cómo la Oposición Oficial -la MUD- se sigue absteniendo de atacar frontalmente tal violación a nuestra soberanía e independencia.
La crisis política que hoy han desatado los valientes jóvenes libertarios de la Venezuela Futura, ha revelado la más contundente prueba de cómo esta alianza supranacional de izquierdas, en Latinoamérica, juega en contra de los valores de Libertad, Soberanía y Justicia por los que luchamos en Venezuela. La izquierda latinoamericana ha perfeccionado un sistema internacional para blindarse y lavarse la cara. El ejemplo más reciente lo vivimos tras la censura que los países del Foro de São Paulo aplicaron a María Corina Machado, cuando está fue a denunciar en la OEA al régimen comunista.
Tras todo este escenario regional, que parece no tener salida, podemos decir que no todo está perdido. Cuando, en Venezuela, vemos a una generación que está dispuesta a dar hasta la vida por el orgullo de su Nación y su derecho a vivir en Libertad, podemos decir que todavía hay esperanzas. Es también importantísimo destacar la victoria, en la primera vuelta de las presidenciales colombianas, de Óscar Iván Zuluaga: un hombre de convicción republicana, que da esperanzas a un continente fuertemente abatido por los azotes del comunismo.
De esta manera, encontrándonos con los mismos problemas -y no a través del trueque o la conquista-, parece ser que, en parte, el viejo y el nuevo mundo se ven las caras otra vez. En etapas distintas… con personajes distintos… pero padeciendo un mal común que los acosa: ese internacionalismo que ha ido socavando las diferencias y la diversidad de nuestras culturas, con la meta de crear un proyecto supranacional, que se excusa en el argumento del bien común.
¡Reaccionemos, pues, como Europa lo hizo el domingo antepasado, pero a nuestra manera y bajo nuestro contexto! Causemos nosotrosel terremoto de la Libertad en Venezuela; porque nuestra joven Nación ha de ser -como lo era hace doscientos años- el epicentro y la cuna de la Libertad y la Soberanía de las naciones latinoamericanas. Este es el destino que hace 200 años sellamos, y que hoy estamos llamados a retomar.
Jean Miguel Uva