En la “Tercera Resignación” se encuentra uno con un Gabriel García Márquez desconocido en comparación con el creador del mundo mágico de Macondo, el GGM de carne y hueso.
En esta narración se aprecia de inmediato su inclinación por lo desconocido, donde el personaje actuante es un muerto.
Se puede ver también el asomo de los que incursionan en lo “oculto”, partiendo de su propia estructura corporal, sintiéndose algunas partes de su cuerpo, intentando percibir una verdad esquiva para el común. Lo vemos escribir: “Un panal se había levantado en las cuatro paredes de su calavera…… Se agrandaba cada vez más en espirales sucesivas, y le golpeaba por dentro haciendo vibrar su tallo de vértebras…… Algo se había desadaptado en su estructura material de hombre firme; algo que las otras veces había funcionado normalmente y que ahora le estaba martillando la cabeza por dentro con un golpe seco y duro dado por unos huesos de mano descarnada, esquelética”.
En cierta forma, esta parte de la “Tercera resignación” nos recuerda algunos pasajes del Popol- Voh, donde el escritor, refiriéndose a su propia estructura, dice: “Entonces la calavera lanzó con fuerza saliva en la mano extendida de la joven; ésta, al instante, miró con mirada curiosa el hueco de su mano, pero la saliva de la calavera ya no estaba en su mano. En esa saliva, esa baba, te he dado mi posteridad. He aquí que mi cabeza no hablará ya más; ya no es más que una calavera descarnada. Así son igualmente las cabezas de los grandes jefes. Sólo la carne vuelve buena la cara, de donde [proviene], cuando mueren, el terror de los hombres a causa de las osamentas. Lo mismo pasa con los hijos, cuyo ser es como la saliva, la baba, la cual, sea de hijos de jefes, sea de hijos de Sabios, de oradores, no se pierde sino que se extiende, se continúa, sin que se extinga, sin que se aniquile la faz del jefe, del Varón, del Sabio, del Orador´”.
Dejándose llevar por la imaginación, GGM, en esta narración, materializa el ruido que atormenta al muerto, lo materializa para destruirlo: “Ya iba a alcanzarlo. No. El ruido tenía la piel resbaladiza, intangible casi”. Quería atraparlo a fin de arrojarlo con todas sus fuerzas contra el pavimento y pisotearlo con ferocidad; quería darle muerte, convertirlo en un muerto integral.
GGM reafirma esta condición suya de buscador de lo oculto cuando escribe, refiriéndose al ruido:“Lo había sentido, por ejemplo, el día en que murió por primera vez. Cuando –ante la vista de un cadáver- se dio cuenta de que era su propio cadáver”; sale del cuerpo y lo observa; indicando que dentro del cuerpo material existe otro inmaterial, etéreo.
En “La otra costilla de la muerte”, otro personaje muerto hace una retrospección de sus existencias anteriores hasta remontarse a los orígenes del universo, en una demostración plena de su conocimiento con relación al sentido de unidad con el Todo: “Pero ahora, cuando la rigidez, la terrible realidad que se le trepaba por la espalda como un animal invertebrado, algo se había disuelto en su atmósfera integral, algo que se pronunciaba como un vacío, como si a su costado se hubiera abierto un precipicio, o como si, bruscamente, le hubiera sido cercenada de un hachazo la mitad de su cuerpo; no de ese cuerpo exacto, anatómico, sometido a una perfecta definición geométrica; no de ese cuerpo físico que ahora sentía miedo, sino de otro cuerpo que venía más allá del suyo, que había estado con él hundido en la noche líquida del vientre materno y se remontaba con él por las ramas de una genealogía antigua; que estuvo con él en la sangre de sus cuatro pares de bisabuelos y vino desde el atrás, desde el principio del mundo, sosteniendo con su peso, con su misteriosa presencia, todo el equilibrio universal”.
Se aprecia que, para ese entonces, se hallaba envuelto en la compleja idea de la vida más allá de la muerte, como si creyese en la reencarnación: “Lo había sentido, por ejemplo, el día en que murió por primera vez.” Se sabe que ideas de este tipo ocupan gran parte de la vida de las personas vinculadas en las cofradías masónicas y otras afines. Esto obliga a pensar que GGM era un buscador de la verdad, o como se dice en filosofía pura: un buscador del huevo filosófico o piedra filosofal.
También se puede percibir que le gustaba enormemente escribir sobre estas cosas pues las vivía de manera intensa, si bien era lo que él buscaba, un contacto con lo desconocido para que se cumplieran sus sueños y saber de paso que estaba en lo correcto, que era verdad todo lo que se decía de estos fenómenos extrasensoriales. Le agradaba ubicarse en esta condición de muerto a fin de expresar, desde “allí” lo que él se imaginaba de ese estado, siendo tan fuerte su obsesión, que informa de todos los detalles, de lo que puede experimentar un muerto mientras tenga conciencia de sí mismo y se sienta dentro de su cuerpo y fuera de él. Para esa época en que él escribió “Ojos de perro azul” se dio esa corriente firme, esa fiebre, por escribir sobre estos temas, siendo “Pedro Páramo” uno de estos libros donde los personajes, muertos, conviven entre ellos, algunos creyendo que siguen vivos: “-¿Quieres hacerme creer que te mató el ahogo, Juan Preciado? Yo te encontré en la plaza, muy lejos de la casa de Donis, y junto a mí también estaba él, diciendo que te estabas haciendo el muerto. Entre los dos te arrastramos a la sombra del portal, ya bien tirante, acalambrado como mueren los que mueren muertos de miedo. De no haber habido aire para respirar esa noche de que hablas, nos hubieran faltado las fuerzas para llevarte y contimás para enterrarte. Y ya ves, te enterramos. -Tienes razón, Doroteo. ¿Dices que te llamas Doroteo? -Da lo mismo. Aunque mi nombre sea Dorotea. Pero da lo mismo. -Es cierto, Dorotea. Me mataron los murmullos.”
Si GGM hubiera seguido escribiendo de la misma manera como lo hizo en “Ojos de perro azul”, habría sido un escritor común y corriente, o como se dice de manera vulgar: un escritor del montón.
Es muy probable que GGM haya escrito muchos otros cuentos bajo el mismo perfil de “Ojos de perro azul”, escritos entre los años 1947 y 1955. Él mismo contó en una entrevista, que para esa época era enorme la cantidad de papeles, cuartillas, que desechaba; constantemente quemaba pilas de papeles acumulados en los rincones del cuarto donde escribía; según sus propias palabras, fue mayor la cantidad de cuartillas que alcanzó a quemar en ese tiempo, que las que aprovechaba. Entre los cuentos que conforman el libro “Ojos de perro azul”, solamente el último, “Monólogos de Isabel viendo llover en macondo”, sale de este mundo de muertos (Plaza & Janés S. A, 1979). Veamos un fragmento: “Sin que me volviera a mirar, reconocí la voz de Martín. Sabía que él estaba hablando en el asiento del lado, con la misma expresión fría y pasmada que no había variado ni siquiera después de esa sombría madrugada de diciembre en que empezó a ser mi esposo. Habían transcurrido cinco meses desde entonces. Ahora yo iba a tener un hijo”.
Ya en este cuento, como tal vez en otros con este mismo perfil, de esa misma época, se vislumbraba el inicio de la magia, que no es otra cosa que un enlace “rebuscado” concienzudamente a fin de extraer la esencia o el alma de la idea principal, anteponiéndola o colocándola después, adornando, enriqueciendo la idea. Veamos un ejemplo en “Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo”: “En la intensidad uniforme y apacible se oía caer el agua como cuando se viaja toda la tarde en un tren”. Es “En la intensidad uniforme y apacible” donde se encuentra el extracto de la idea principal, “Se oía caer el agua”. Estaba dando los primeros pasos, hasta llegar a su obra cumbre, donde se desborda en extraer el alma a las ideas excelsas.
No solamente en “Ojos de perro azul” GGM deja ver su interés por lo sobrenatural, lo oculto, lo desconocido, sino que también lo hace en algunos otros de sus libros.
Se deduce que en alguna etapa de su vida, concretamente en su juventud, debió de haberse vinculado por un tiempo en alguna escuela masónica o de rosacruces, que son las congregaciones que se dedican a investigar sobre alquimia y otras actividades aparentemente arcanas. Con base en esto se puede pensar también que el gitano Melquiades no es sino un medio para hablar sobre lo aprendido en dichas escuelas, en el supuesto caso de que haya pertenecido a varias cofradías o sectas; quizá Melquiades fue un masón a quien él admiró mucho; un masón que no se llamó Melquiades, naturalmente. O tal vez Melquiades era el mismo GGM. De igual manera creó el personaje de José Arcadio Buendía a fin de dar riendas sueltas a sus conocimientos masónicos.
Con todo esto, nos atrevemos a decir que en su juventud GGM fue un fanático empedernido de estas ideas paranormales, las que lo llevaron a escribir “Ojos de perro azul”. Pero como ocurre casi siempre con los que incursionan en estas cofradías, terminan decepcionándose al darse cuenta de que han perdido el tiempo. Bajo este aspecto, lo más probable es que a GGM le haya ocurrido algo parecido a lo que le sucedió a Miguel de Cervantes Saavedra con los libros de caballería, que después de leerlos y releerlos, atraído por los personajes míticos, entendió que había perdido su tiempo detrás de la fantasía, y que una forma de restaurar en algo su frustración fue ridiculizando a través de Don Quijote de la Mancha las historias sobre caballeros andantes.
Esta desilusión lo llevaría no solamente a irse lanza en ristre contra su culto sino que lo hizo también contra la contraparte de la masonería: la Iglesia.
No obstante, sin poder desprenderse del todo de la nostalgia, evoca sus tiempos de creyente asiduo de los seres de otros mundos, como los médicos invisibles contactados por Úrsula, o los objetos voladores no identificados, como cuando Úrsula “Miró hacia el patio, obedeciendo a una costumbre de su soledad, y entonces vio a José Arcadio Buendía, empapado, triste de lluvia y mucho más viejo que cuando murió. ´Lo han matado a traición –precisó Úrsula- y nadie le hizo la caridad de cerrarle los ojos.´ Al anochecer vio a través de las lágrimas los raudos y luminosos discos anaranjados que cruzaron el cielo como una exhalación, y pensó que era una señal de la muerte.”GGM se imagina estos discos de un color anaranjado, seguramente obedeciendo a un impulso de su inquietud o a las tantas informaciones hipotéticas de parte de otros creyentes. ¿Por qué escribió sobre ovnis en Cien años de Soledad? ¿Lo perseguía esta obsesión? Debió perseguirlo por algún tiempo. Una idea que tal vez lo trasnochaba, porque en el capítulo final de “Cien años de soledad” volvió a escribir: “Lloró con la frente apoyada en la puerta de la antigua librería del sabio catalán, consciente de que estaba pagando los llantos atrasados de una muerte que no quiso llorar a tiempo para no romper los hechizos del amor. Se rompió los puños contra los muros de argamasa de El Niño de Oro, clamando por Pilar Ternera, indiferente a los luminosos discos anaranjados que cruzaban por el cielo, y que tantas veces había contemplado con una fascinación pueril en noches de fiesta, desde el patio de los alcaravanes.” Dice: “Que tantas veces había contemplado con fascinación.”
En el “Otoño del patriarca” deja ver su contacto con los grupos masónicos: “Vio a un anciano que le hizo un saludo masónico de los tiempos de la guerra federal.” El saludo masónico es el que se ve en el cuadro pintado por Leonardo Da Vinci, el Sagrado Corazón de Jesús: la mano izquierda colocada a la altura de la mitad del pecho, mostrando el dorso; la derecha levantada a la altura del hombro, con la palma hacia el frente, con los dedos meñique, anular y pulgar recogidos, y con los índice y medio haciendo la señal de la victoria. Se trata de un saludo utilizado por los integrantes del Tercer Reich, aunque con algunas variaciones. Sobre este particular, para nadie es un secreto que los del Tercer Reich conformaban una sociedad “secreta”, de ocultismo. Es importante anotar que el saludo masónico, en algunos casos, se fue degradando con el transcurrir del tiempo, como se muestra en el saludo entre militares.
Para esa época en que escribió “Ojos de perro azul” utilizaba oraciones despojadas de adornos, sencillas, sin argumentos, sin otros soportes que el de su propia estructura reglamentaria y “seca”, limitada. Porque aún no había germinado en él ese otro espacio sin límites que le mostraba los filones de oro y de piedras preciosas, de jardines espléndidos de donde él tomaba todo lo que deseaba, a su gusto, escogiendo del mejor perfume del mundo mágico, de las palabras seleccionadas con exactitud, cortando para el florero, para sus libros, las flores más atrayentes.
Porque para los tiempos en que escribió “Ojos de perro azul” no se habían abierto las puertas que conducen a lo inconmensurable y donde se hizo dueño absoluto del reino donde germinan las ideas excelsas.
Siempre había un espacio para otra idea excelsa dentro de la idea principal, del nombre de algo, del complemento extendido con otro complemento usado como pinceladas de pinceles empapados de óleo de colores magníficos que disponía con exactitud en la obra pictórica plasmada en el lienzo. No pasaba por alto este requisito que se volvió obligatorio en cada oración. Se puede decir que vivía sólo para eso, para darle esa otra clase de vida a su narración. Posiblemente también pensaba, y con algo de susto y nostalgia, que estos filones de oro, al morir él, volverían a quedar en ese otro mundo de donde él extraía porciones con la memoria; seguramente pensaba que esta riqueza moriría con él, porque esta era de las cosas que no podían enseñarse, no podían transmitirse, sino que cada quien debía despertar en sí.
Casi nunca comenzaba una oración sin utilizar el recurso de apoyo que le daba el toque perfecto semejante a los miembros superiores de las aves. De tal suerte que él no se conformaba con tomar los datos cercanos que le mostraba la memoria, como de hecho sucedió en él en un principio, sino que se trepaba sobre esos primeros datos como si trepara una loma de gran altitud, hasta dar con el recipiente central de la flor donde se halla lo sublime de las ideas. Porque es en el subconsciente donde se localiza la parte más profunda de los datos, la más brillante. Se trata de un ejercicio donde él retrocedía para, como un minero, ubicar la esmeralda bruta, la amarraba, y en ese basto cielo de la mente escudriñaba para dar con la razón de ser de la idea inicial y la colocaba de soporte, como quien mueve las fichas de un tablero de ajedrez. Era como si utilizara un vestido de gala para la novia, para la fiesta. Así engalanaba las oraciones.
Antes de su incursión en los depósitos de miel de los territorios de su memoria de donde extraía porciones de estrellas, escribía con sencillez: “Hacía unos momentos estaba feliz con su muerte, porque creía estar muerto. Porque un muerto puede ser feliz con su situación irremediable. Pero un vivo no puede resignarse a ser enterrado vivo. Sin embargo, sus miembros no respondían a su llamado. No podía expresarse y era eso lo que le causaba terror; el mayor terror de su vida y de su muerte. Lo enterrarían vivo. Podría sentir. Darse cuenta del momento en que clavaran la caja. Sentiría el vacío del cuerpo suspendido en hombros de los amigos, mientras su angustia y su desesperación se irían agrandando a cada paso de la procesión”, La Tercera Resignación. Se aprecia a simple vista que en esta narración no hay nada del GGM que se ganó el premio nobel de literatura.
Pero cuando entró en el mundo de los filones de oro y los jardines espléndidos, escribió: “No nos pareció insólito, por supuesto, que esto ocurriera en nuestro años, si aun en los suyos de mayor gloria había motivos para dudar de su existencia.” Otro ejemplo, de los tantos y tantos: “Embriagado por la evidencia del prodigio, en aquel momento se olvidó de la frustración de sus empresas delirantes y del cuerpo de Melquiades abandonado al apetito de los calamares.” Se nota, de inmediato, la diferencia, la grandeza en lo uno y la pobreza en lo otro, pobreza viniendo de él, porque viniendo de otro, como de hecho sucede, es aceptable.
De sus libros, “Ojos de perro azul” es el que ocupa el último puesto en venta. Y si no se vende casi, se debe, precisamente, porque no está escrito con los mismos ingredientes que ostentan sus demás libros. Éste es aparte, como la oveja negra de la familia. Tampoco tuvo mucha acogida debido al tema, que se aproxima más a lo esotérico que a lo real. Además, en cuanto el libro salió, fue mal recomendado por los lectores que lo compraban, sin faltar los que, decepcionados, lo tiraban en el bote de la basura. No obstante, es manifiesto lo esotérico en “Cien años de soledad”, aunque manejado con la destreza literaria del GGM que creó el mundo mágico de Macondo. A fin de apreciar lo esotérico en “Cien años de soledad”, basta tropezarse con las actividades de Melquiades para ver allí las afinidades de lo oculto, basta leer, por ejemplo, el pasaje donde se dice de Melquiades:“Aquel ser prodigioso que decía poseer las claves de Nostradamus”. También: “Toda la aldea estaba convencida de que José Arcadio Buendía había perdido el juicio, cuando llegó Melquíades a poner las cosas en su punto. Exaltó en público la inteligencia de aquel hombre que por pura especulación astronómica había construido una teoría ya comprobada en la práctica, aunque desconocida hasta entonces en Macondo, y como una prueba de su admiración le hizo un regalo que había de ejercer una influencia terminante en el futuro de la aldea: un laboratorio de alquimia.”
Al interior de su espacio celeste saturado de información, picotea hacia los cuatro puntos cardinales todo elemento que ve en su recorrido por la memoria y cuelga incluso las ideas más alejadas del enlace oracional pero que él, magistralmente, casa, une, difumina, enrosca, teje, expresando, no obstante, una pequeñísima parte de los que le gustaría expresar, mas conociendo el riesgo que se corre si se aleja mucho de la idea base, corta, dejando una composición sin igual: “Y las masetas de magnolias silvestres donde pacían las ovejas de tibia lana que nos proporcionaban sustento generoso y abrigo y buen ejemplo y las mansiones de los cafetales con sus guirnaldas de papel en los balcones solitarios y sus enfermos interminables y el fragor perpetuo de los ríos turbulentos de los límites arcifinios donde empezaba el calor y había al atardecer unas ráfagas pestilentes de muerto viejo muerto a traición muerto solo en las plantaciones de cacao de grandes hojas persistentes y flores encarnadas y frutos de baya cuyas semillas se usaban como principal ingrediente del chocolate y el sol inmóvil y el polvo ardiente y la cucúrbita pepo y la cucúrbita melo y las vacas flacas y tristes del departamento del atlántico en la única escuela de caridad a doscientas leguas a la redonda y la exhalación de la mula todavía viva que se despanzurró con una explosión de guanábana suculenta entre las matas de guineo y las gallinitas espantadas del fondo del abismo, carajo, lo venadearon, mi general, lo habían cazado con un rifle de tigre en el desfiladero del Ánima Sola a pesar del amparo de mi autoridad”. Corta un predicado que encierra un mundo de flores que conforman un ramo de flores; es como si construyera un palacio colocando cada ladrillo específico en su lugar específico. No obstante, en ocasiones no faltan los vocablos que dejan inquieto al lector, como cuando utiliza los nombres cucúrbita pepo y cucúrbita melo. Sin lugar a dudas sabe que cucúrbita es un destilador, alambique, vasija cónica de cuello largo y curvado usada en los laboratorios; también se le conoce como retorta, vasija. Ostenta este nombre en alusión a la calabaza. Utiliza el nombre curcúbita porque lo tiene arraigado debido al manejo con la alquimia; de modo que lo trae a colación para complacerse a sí mismo y dejar la inquietud.
Para escribir todas estas cosas relacionadas con la alquimia, GGM debió de haber incursionado por algún tiempo largo en el manejo de las ciencias ocultas: “El rudimentario laboratorio -sin contar una profusión de cazuelas, embudos, retortas, filtros y coladores- estaba compuesto por un atanor primitivo; una probeta de cristal de cuello largo y angosto, imitación del huevo filosófico, y un destilador construido por los propios gitanos según las descripciones modernas del alambique de tres brazos de María la judía. Además de estas cosas, Melquíades dejó muestras de los siete metales correspondientes a los siete planetas, las fórmulas de Moisés y Zósimo para el doblado del oro, y una serie de apuntes y dibujos sobre los procesos del Gran Magisterio, que permitían a quien supiera interpretarlos intentar la fabricación de la piedra filosofal.”Obviamente él sabía que el huevo filosófico y la piedra filosofal son una misma cosa: conocimiento a que tanto se refirieron lo filósofos griegos de la antigüedad.
Sin poder apartar de su mente los sucesos paranormales en que creyó durante mucho tiempo, incrustó en “Cien años de Soledad” un ingrediente infaltable en ocultismo aunque de existencia apenas reconocida en la imaginación: “Úrsula no volvió a acordarse de la intensidad de esa mirada hasta un día en que el pequeño Aureliano, a la edad de tres años, entró a la cocina en el momento en que ella retiraba del fogón y ponía en la mesa una olla de caldo hirviendo. El niño, perplejo en la puerta, dijo: «Se va a caer.» La olla estaba bien puesta en el centro de la mesa, pero tan pronto como el niño hizo el anuncio, inició un movimiento irrevocable hacia el borde, como impulsada por un dinamismo interior, y se despedazó en el suelo. Úrsula, alarmada, le contó el episodio a su marido, pero éste lo interpretó como un fenómeno natural.” Claramente se aprecia esa etapa del ocultista que cree en todo lo sobrenatural, incluyendo el poder de la mente para mover objetos.
Probablemente, al igual que todos los jóvenes de su generación, devoró con ansias los libros de Jacques Bergier y Louis Pauwel, que eran unos de los best-seller de la época. También debió devorar los libros de Peter Kolosimo, Zecharia Sitchi, Charles Frambach Berlizn y muchos otros libros que trataban del mismo tema, como los atlantes y los seres de otros mundos que supuestamente construyeron las pirámides de Egipto y las otras de otras partes del mundo. Todo este racimo de ideas fantásticas debió de absorberlo de la misma manera que absorbió a muchas otras personas de esa época del hippismo, el dadaísmo, y el nadaísmo con Gonzalo Arango a bordo. Recién salió al mercado “Cien años de soledad” fue tan impactante su relación con lo arcano, que no faltaron los que dijeron que este libro era un plagio de uno de los libros de quien escribió la monumental obra “La Comedia Humana”, compuesta por 85 libros. El mismo premio nobel de literatura de 1967, el guatemalteco Miguel Ángel Asturias, afirmó que “Cien años de soledad” era un plagio de “La Búsqueda de lo Absoluto”. Obviamente hubo reacciones, unas en favor y otras en contra del premio nobel guatemalteco. Frente a todo este ir y venir de opiniones, lo más seguro es que con el transcurrir del tiempo, al igual como sucedió con “
El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha” y otras obras literarias de renombre, dirán que “Cien años de soledad” es un libro cabalístico, un tratado de alquimia.
Leer libros como “El Retorno de los Brujos” era la novedad, y quien lo hacía se consideraba intelectual pues podía discutir sobre estos temas, sintiendo un orgullo grande cuando, en las conversaciones, en las tertulias, repetía lo que leía en los libros, los datos sobre la tecnología empleada por el hombre cinco mil años atrás, la teoría de los antiguos astronautas y el supuesto origen extraterrestre de la humanidad.
© Antonio Ramos Maldonado