domingo, marzo 20, 2011
De nuevo el Reportero de Guerra Anderson está en Libia
Por Jon Lee Anderson | 20 de Marzo, 2011
Los ataques franceses, americanos e ingleses de los cuales ahora se habla, llegaron, según la gente aquí en Bengasi, justo a tiempo. El sábado fue largo, un día nervioso. La situación se había vuelto alarmante la noche anterior, con reportes de que las fuerzas de Muammar Gadafi estaban avanzando encubiertas por la noche. De pronto, la ciudad parecía estar defendida en barricadas por hombres, jóvenes y soldados armados con lo que fuese que pudieran encontrar –cócteles molotov, machetes, escopetas, kalashnikovs y granadas.
No muy lejos hubo bombardeos, bombas, explosiones. En la mañana vi como derribaban a un avión de combate, evento que le dio al día una sensación épica alentadora, hasta que la gente empezó a decir que no se trataba de un avión del gobierno sino de un caza rebelde, probablemente tumbado accidentalmente por los mismos rebeldes. En la tarde, entre las 6 y 7 pm, pude ver la nube de humo que dejó el ataque francés sobre los tanques controlados por Gadafi –el primer ataque aéreo de la coalición.
En ese momento, me hallaba alrededor de la universidad hablando con un joven. Había sido golpeado. Su rostro y manos estaban hinchados. Fue tomado prisionero la noche anterior y traído durante el amanecer a la ciudad por las fuerzas de Gadafi que se acercaron desde Ajdabiya. Llegaron hasta el extremo de la ciudad, dejando un rastro de destrucción –carros destrozados, casas llenas de disparos, un árbol caído– y gente muerta y herida.
Mientras escuchaba la historia del hombre, había dos nubes de explosiones en la distancia. Venían de la línea ofensiva de Gadafi, más o menos donde se cree han retrocedido las fuerzas de Gadafi, a quince o veinte millas de la ciudad. Fue más tarde cuando nos enteramos de que las explosiones habían sido motivadas por el ataque francés.
En el hospital de Jala, un médico egipcio me dijo que entre los shabbab –nombre de los combatientes– y los civiles, había contado cuarenta muertos. Afirmó que Libia, como Egipto y Túnez, estaba pagando un alto precio por su libertad. “Esperamos que ahora América nos enseñe como hacer democracias”, dijo el doctor.
Había otros cuerpos en el hospital. Cerca de ocho de los soldados de Gadafi yacían en el suelo, en un pequeño cuarto aparte. Rostros jóvenes y cuerpos volados en pedazos. Hablé con un soldado de Gadafi en un cuarto especialmente custodiado en la parte de atrás. Su nombre es Mustafá, y viene de un pueblo del sur llamado Sebha. Dijo que pensaba que estaba peleando contra extremistas de Al Qaeda, como Gadafi había repetido muchas veces. Mustafá dijo esto con una cara seria e inexpresiva, difícil de descifrar. Tenía seis agujeros de bala que empezó a mostrarme dolorosamente, hasta que le pedí que parara.
Alrededor de la media noche, la ciudad estaba relativamente calmada. La mayoría presume que no habrá otro ataque como el de la noche anterior, porque el factor sorpresa de Gadafi se acabó. Pero ya nadie está seguro de nada.
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