viernes, enero 04, 2013

DIEGO ARRIA COMENTA






Cuando se trata de hipocresía, pocos líderes mundiales pueden superar a Hugo Chávez, auto-proclamado en Venezuela, como Comandante. Pocos días después que el presidente Obama fue elegido para un segundo mandato, Chávez ofreció estas palabras de consejo a su homólogo estadounidense: "Él debe atender primero a su propia nación, que tiene un montón de problemas económicos y sociales en un mundo dividido,.  es un país socialmente fracturado con una super-explotación del pueblo por una élite ".

En realidad, ese consejo sería mucho tendría más sentido que se le aplicara a  Chávez y no a Obama. Porque si lo que buscamos es un país del continente americano que ha sido destrozado por la promoción del odio y la violencia, y que está dominado por una corrupta camarilla militar-civil, entonces debemos dirigir nuestra mirada no a los Estados Unidos sino a Venezuela.

La preponderancia de Chávez radica en su victoria en las elecciones de Venezuela hace dos meses. Él ganó esa elección con el 54 por ciento de los votos, frente al 44 por ciento de su rival un Joven enérgico de nombre Henrique Capriles. 

Realmente, en una democracia normal cualquier líder que haya ganado las elecciones con un margen de diez puntos estaría orgulloso de ese logro. Pero Venezuela no es una democracia.

Si estuviésemos  en un democracia, Chávez no habría sido elegible para ocupar el primer lugar. Estando en el poder desde 1999, comenzará formalmente su cuarto mandato como presidente en enero de 2013 - sólo porque, en 2009, abolió los límites del mandato presidencial, que son una característica fundamental de cualquier democracia saludable.

Además, en las democracias, los candidatos a cargos públicos se les da la misma cantidad de tiempo en los medios de comunicación. En Venezuela, sin embargo, la libertad de expresión y de los medios de comunicación está sujeta a los caprichos de Chávez y sus compinches, pues  los medios de comunicación privados son multados, suspendidos e incluso cerraron, mientras que el gobierno coloca mucha propaganda a través de su control del 70 por ciento de esos medios . 

Efectivamente si el mensaje de Capriles era  bloqueado él no tenía más remedio que embarcarse en un viaje para vistar de puerta en puerta a muchos barrios en todo el país, un viaje extraordinario, fonde se reunía con votantes potenciales en las grandes ciudades y en los pequeños pueblos.

Por lo tanto, una mente más imaginativa daría a entender que Chávez se vio obligado a luchar en una elección que no fue justa, poque si hubiese sido justa habría sido derrotado. 

Sólo por corromper  las circunstancias de la votación con suficiente antelación - incluso yendo tan lejos como para sobornar a los funcionarios públicos a emitir su voto por él - Chávez  fue capaz de emerger como el ganador. Chávez se ha mantenido en el poder porque ha cometido  fraudes  con eficacia y en cámara lenta contra los votantes venezolanos.

La victoria de Chávez significa que Venezuela se enfrentaría a varios años más de desintegración social. Para empezar, el régimen está con problemas bajo el peso de una deuda sin precedentes. Venezuela le debe más de $ 200 mil millones a los prestamistas extranjeros, mientras que su endeudamiento interno ha aumentado en un 64 por ciento en menos de un año, o sea en $ 58,7 mil millones. Esta deuda se ha acumulado a lo largo de un período en que los precios del petróleo nunca ha sido bajos. En 1998, cuando Chávez ganó su primera elección presidencial, Venezuela debía un comparativamente  una cantidad modesta estimada en $ 36 mil millones.

Por encima de nuestros problemas económicos enormes, nos enfrentamos también a una grave crisis en relación al crimen (Venezuela tiene una de las tasas más altas del mundo de homicidio) y la educación (como lo señaló el experto en educación Rubén Darío Peralta, el 90 por ciento de los estudiantes que tomaron la aptitud académica más reciente con una Prueba de Aptitud Académica, han  fallado.) Sin embargo, hay algo de esperanza que podemos comprender pues la Venezuela de hoy no es la Venezuela de hace cinco años.

Por un lado, está el hecho de la pobre salud de Chávez. A lo largo de la elección, fue enterado el país de que estaba sufriendo de cáncer terminal, el cual muchas veces se decía que se había curado sin presentar pruebas sobre eso. Si Chávez se aparta de la escena política, su régimen se hundirá en una lucha intestina, ya que no hay un sucesor obvio.

Añadido a esto, ahora tenemos una oposición efectiva pues Capriles dió un golpe a Chávez en las elecciones estatales el 16 de diciembre, al ganar en el estado de Miranda, donde Capriles sirvió como gobernador eficaz y popular antes de aceptar la candidatura de la oposición como candidato a la presidencia, y se  esperaba que derrotaría al candidato de Chávez,  o sea Elías Jaua, un  ex vice-presidente.

La verdadera imagen de la Venezuela de hoy es el polo opuesto de las fantasías de Chávez. Su régimen nunca ha parecido tan vulnerable y la oposición nunca ha sido tan fuerte. 

Al prepararnos para la siguiente serie de desafíos - habría que esperar obviamente una devaluación inminente y dolorosa de nuestra moneda - en una próxima elección sea en  la próxima oportunidad se recordará al mundo que Chávez está lejos de ser invencible.


When it comes to hypocrisy, few world leaders can outdo Hugo Chavez, Venezuela's self-styled Comandante. A few days after President Obama was elected to a second term in office, Chavez offered these words of advice to his American counterpart: "He should reflect first on his own nation, which has a lot of economic and social problems. It's a divided, socially fractured country with a super-elite exploiting the people."

Actually, that advice would make much more sense had it come to Chavez from Obama. Because if we are looking for a country in the American hemisphere that has been ripped apart by the promotion of hate and violence, and is dominated by a corrupt military-civilian clique, then we should turn our gaze not to the United States, but to Venezuela.

Chavez's cockiness is rooted in his victory in the Venezuelan election two months ago. He won that election with 54 percent of the vote, against 44 percent for his energetic young challenger, Henrique Capriles. Now, in a normal democracy, any leader who won an election with a ten point margin would be justifiably proud of that achievement. But Venezuela is not a democracy.

Were we a democracy, Chavez would not have been eligible to stand in the first place. In power since 1999, he will formally begin his fourth term as president in January 2013 -- only because, in 2009, he abolished the presidential term limits that are a fundamental characteristic of any healthy democracy.

Additionally, in democracies, candidates for public office are given an equal amount of air time. In Venezuela, however, freedom of speech and of the media is subject to the whims of Chavez and his cronies; private media outlets are fined, suspended and even closed down, while the government pushes it propaganda through its control of 70 percent of our mdia outlets. Effectively blocked from broadcasting his message, Capriles had no choice other than to embark on an extraordinary road trip across the country, meeting voters in person in big cities and small villages alike.

It does not, therefore, require the most imaginative mind to understand that had Chavez been obliged to fight a fair election, he would have been trounced. Only by fixing the circumstances of the vote well in advance -- including by going so far as to bribe public officials into casting their ballots for him -- was he able to emerge as the winner. Chavez has maintained power by effectively committing slow motion fraud against the voters.

Chavez's victory means that Venezuela faces several more years of social disintegration. To begin with, the regime is groaning under the weight of unprecedented debt. Venezuela owes over $200 billion to foreign lenders, while its domestic indebtedness has risen by 64 percent in less than a year to $58.7 billion. This debt has been accumulated over a period when oil prices have never been higher. In 1998, when Chavez won his first presidential election, Venezuela owed a comparatively modest $36 billion.

On top of our enormous economic problems, we face a grave crisis in crime (Venezuela has one of the world's highest rates of homicide) and education (as noted by education expert Rubén Darío Peralta, 90 percent of students who took the most recent academic aptitude test, or Prueba de Aptitud Académica, failed it.) Yet there is some hope to be gleaned in the realization that the Venezuela of now is not the Venezuela of five years ago.

For one thing, there is Chavez's health. Throughout the election, he was dogged by reports that he was suffering from terminal cancer, from which he now claims to have been cured, without providing any evidence in support. Should Chavez depart from the scene, his regime will be plunged into an internecine battle, since there is no obvious successor.

Added to that, we now have an effective opposition. Capriles is heading the effort to deliver a blow to Chavez at the state elections on December 16. In the state of Miranda, where Capriles served as an effective and popular governor before accepting the opposition's nomination to run for the presidency, he is expected to defeat Chavez's own candidate, Elias Jaua, the sly former vice-president.

The true picture of Venezuela today is the polar opposite of Chavez's fantasies. His regime has never looked so vulnerable and the opposition has never looked so strong. As we ready ourselves for the next set of challenges -- most obviously an imminent and painful devaluation of our currency -- the December 16 elections are the next opportunity to remind the world that Chavez is far from invincible.




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