Mi querido Capriles, no recuerdo Nación del mundo que haya vivido un infatigable peregrinaje político por 200 de sus pueblos. Aquí sí, y he visto a los venezolanos volverse multitud en mis calles, abatir al miedo, para oírte, para verte, para tocarte, besarte, para rendir apasionadamente su admiración a quien ha sabido ganarla a fuerza de virtudes verdaderas.
No hay ciudad ni pueblo míos que hayan esacapado al inevitable tumulto por la conmoción fervorososa que les genera tu mera sencilla presencia. Y me fascino al mirar los rostros atentos de mis campesinos, de mis pescadores y de mis llaneros, entendiéndo lo profundo explicado por ti con prodigiosa sencillez.
Hijo, me has devuelto la sonrisa y la esperanza que sentía casi perdidas. Ahora puedo secar mis espesas lágrimas de dolor y enseñar mi rostro de orgullo por un hijo singular que me devolverà muy pronto, junto a una enorme e incontenible multitud de venezolanos, el lugar que nunca debí perder.
Si por tantos años lloré mis tristezas, hoy comienzo a llorar mis inmensas alegrías.
Tu madre Querida Venezuela
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