SOLDADITOS VALIENTES
Antonio A. Herrera-Vaillant
En reciente análisis sobre el final de las dictaduras, el destacado internacionalista Moisés Naim resalta, como clave, la disposición o no de los militares a disparar sobre su propio pueblo.
Este dilema lo previó el Libertador en su profético discurso de Angostura, cuando dijo: “¿Cómo, después de haber roto todas las trabas de nuestra antigua opresión, podemos hacer la obra maravillosa de evitar que los restos de nuestros duros hierros no se cambien en armas liberticidas?”
Años después, el General Benjamín Constant, fundador de la República brasilera, justificó el golpe militar contra el Imperio diciendo: “El ejército es el pueblo uniformado”; frase que ahora usurpa la dictadura cubana, poniéndola en boca del desaparecido Camilo Cienfuegos, con el truco de usar la palabra “pueblo” para referirse a sí mismos.
Pero Constant tuvo razón: La calidad humana de un ejército se relaciona directamente con los valores de la sociedad que los cobija; porque la masa de cualquier fuerza armada proviene de los estratos más necesitados y menos cultos de la población.
Ante las desigualdades aparecen peligrosos demagogos – Boves y Hitler son ejemplos clásicos - que alimentan en la tropa un despiadado odio de clases o de razas, fabricando “justificaciones” que les permitan disparar a mansalva contra su propia población desarmada. Deliberadamente procuran demonizar y deshumanizar a su oposición para que las tropas actúen sin remordimiento alguno de conciencia.
Los más degenerados, como Kadhafi y Noriega, se traen tropas extranjeras mercenarias ó utilizan hampa común para asegurar sus criminales propósitos. En particular Kadhafi acaba de mostrarle al mundo hasta qué grado de crueldad puede llegar un megalómano delirante.
Por suerte la gente cae en dos categorías, y los soldados no son excepción: Una mayoría aspira a la superación y por si misma trabaja para lograrla; y una minoría se regodea en su propia miseria, atribuyendo a otros sus propios infortunios.
Es posible engañar a un soldado con promesas y prebendas – pero tarde o temprano inexorablemente llega el momento en que la mayoría abre los ojos y decide no seguir el diabólico juego de quienes así los manipulan. Aparecen soldaditos valientes que como en Egipto se unen a su propia gente, o como en Libia, desertan con sus aviones antes de atacarla.
Así como en 1959 las desmoralizadas tropas de un Sargento llamado Batista se disolvieron solas, como azúcar en agua; así está pasando en muchas partes. Y así, en el momento menos esperado, a cada grotesco cochino le llegará su domingo.
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