Ante el escenario pre electoral la Comisión Episcopal de Acción Social ha elaborado, basada en los principios de la Doctrina Social de la Iglesia, seis criterios éticos para elegir mejor a nuestras autoridades.
En primer lugar debemos distinguir entre la “gimnasia electoral” con la vivencia de una “auténtica democracia” donde hay aspectos “no negociables” para el católico a la hora de emitir el voto.
Recordemos que “la Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida que ésta asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o de sustituirlos oportunamente de manera pacífica”.
El escenario pre electoral expresa una crisis de representación; las campañas electorales no preparan a los ciudadanos para elegir responsablemente, más bien, promueven la confusión y el descreimiento. Así se tergiversa en la práctica el régimen democrático, que debe regirnos y asegurar la promoción del bien común en todas sus formas.
Durante algún tiempo se decía, “no hay que entrar en la política porque es sucia”, a lo mejor tenían razón, pero precisamente frente a esta situación, los laicos deben entrar en la política, haber si la limpian un poco. Tenemos que reconocer que se ha omitido esta participación por el temor a no mancharse, dejando el campo abierto aquellos que han hecho de la política una manera de vivir de espaldas al pueblo, olvidando sus promesas y cayendo en actos de corrupción. Es hora de entrar en la política, para transformar el modo de gobernar y de gestionar las cosas temporales, que ha de estar inspirado en la verdad, la justicia y orientado hacia el bien común.
Tengamos en cuenta que si la física no contemplara la ética habrían otras bombas de Hiroshima, lo mismo que si a un político le faltara la ética tendríamos resultados catastróficos.
El Concilio Vaticano II enseña que “los fieles laicos no pueden abdicar de ningún modo de la participación en la política, es decir, en la variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común, que comprende la promoción y defensa de los bienes tales como el orden público y la paz, la libertad y la igualdad, el respeto de la vida humana y el ambiente, la justicia y la solidaridad”.
Ya Platón decía que el hombre, es por naturaleza un ser político. La Iglesia por su parte declara que los fieles cristianos tienen la peculiar misión de impregnar y perfeccionar el orden temporal con el espíritu evangélico, y así dar testimonio de Cristo, especialmente en la realización de las cosas temporales y en el ejercicio de las tareas seculares, es decir, a ustedes les corresponde ocuparse de las cosas temporales, hacer que esta ciudad, esta región se distinga, no precisamente por la cantidad de dinero que tiene, sino por la capacidad de gestión, por la transparencia en la ejecución de las obras que, por cierto, no deben reducirse a construcciones de concreto sino también a la formación ciudadana, y el mejor modo de lograrlo será con el ejemplo de sus autoridades. Así los jóvenes ya no se sentirán desencantados de la política, sino que asumirán el compromiso de aportar su talento y tiempo para lograr sus nobles ideales y legítimas aspiraciones.
Vemos como los candidatos ensayan su mejor sonrisa, alistan su mejor slogan, invierten en publicidad e intentan cautivar con sus promesas, pero olvidan decir y sobre todo de demostrar, que serán honestos en la administración de los recursos y bienes, que su compromiso será un auténtico servicio y no servirse del cargo.
Ser autoridad exige honestidad y transparencia, tener la capacidad de conocer a la gente, de dialogar con ella, de hacer propuestas claras y reales, de actuar con la verdad y asumir compromisos con la justicia orientada hacia al bien común.
Dado que la democracia es un sistema de respeto de las libertades ciudadanas, y teniendo como antecedente que en el Perú, las masas electorales son fácilmente manipulables, propongo que las elecciones sean libres, es decir que cada ciudadano en el ejercicio de sus derechos, se sienta libre en emitir su voto y no sea obligado a pagar una multa si no lo hace. Esto será la expresión de una democracia en proceso de madurez, que respeta la voluntad del ciudadano y contribuye a un auténtico desarrollo y progreso.
Tengamos en cuenta que el compromiso del cristiano en el mundo, en dos mil años de historia, se ha expresado en diferentes modos. Uno de ellos ha sido la participación en la acción política: La Iglesia venera entre sus Santos a numerosos hombres y mujeres que han servido a Dios a través de su generoso compromiso en las actividades políticas y de gobierno. Entre ellos, Santo Tomás Moro, proclamado Patrón de los Gobernantes y Políticos, que supo testimoniar hasta el martirio la «inalienable dignidad de la conciencia». Aunque sometido a diversas formas de presión psicológica, rechazó toda componenda, y sin abandonar «la constante fidelidad a la autoridad y a las instituciones», afirmó con su vida y su muerte que «el hombre no puede separarse de Dios, ni la política de la moral».
Este proceso electoral exige la coherencia entre fe y vida, entre evangelio y cultura, recordada por el Concilio Vaticano II, que exhorta a los fieles a «cumplir con fidelidad sus deberes temporales, guiados siempre por el espíritu evangélico, dándose cuenta que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de sus deberes, según la vocación personal de cada uno».
A ustedes les corresponde hacer un voto, libre, consciente y responsable y a los candidatos a servir a la población y no servirse de ella.
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