Hoy es bueno recordar que en 1973, cuando la barbarie se entronizó en Chile bajo la dictadura de Pinochet, fue el Embajador Diago Arria quien viajó a Chile en un avión especial enviado por el Presidente Carlos Andrés Pérez, con la misión de rescatar a la dirigencia política chilena. El hábil diplomático venezolano logró la liberación de Aniceto Rodríguez, Orlando Letelier y muchos dirigentes políticos chilenos que habían sido detenidos por la dictadura.
Era aquella una época en que a Venezuela se la respetaba en el Continente Latinoamericano como una nación democrática que aplicaba la doctrina Betancourt, y el Presidente de Venezuela, en aquella época don Carlos Andrés Pérez, era mundialmente reconocido como un demócrata a carta cabal, incluso por un dictador como Pinochet.
Transcurrió el tiempo y desde 1973 hasta 1987 don Aniceto se radicó en Venezuela a la que hizo su segunda patria, como uno de tantos chilenos que llegaron buscando el oxígeno libertario que ofrecía la patria de Bolívar, que los acogió con los brazos abiertos.
Cuando Chile recuperó la cordura y el voto popular restableció un gobierno democrático, luego de diecisiete años de dictadura pinochetista, el Presidente Patricio Aylwin nombró a Aniceto Embajador de Chile ante el Gobierno de Venezuela. Volvía como Embajador de Chile a Venezuela, su segunda patria.
Es grato recordar una recepción en la Embajada de Chile el 18 de septiembre de 1994. La vieja casona llamada “la Alquería” en la urbanización del Country Club estaba repleta de una abigarrada concurrencia entre quienes se distinguía el presidente en ejercicio don Rafael Caldera y los expresidentes Ramón J. Velásquez, Luis Herrera Campins y Carlos Andrés Pérez.
Mucha de esa gente, el 28 de Mayo de 1995, repletaba la Funeraria Valles para a dar su último adiós a quien hasta el día anterior había sido el Embajador de Chile ante el Gobierno de Venezuela. Había fallecido don Aniceto Rodríguez, un señor de la cultura, un avezado político y un demócrata del Partido Socialista chileno.
Ante el deceso del querido embajador, en la entrada de la sala donde lo velaban, su familia había colocado un libro de condolencias para que estamparan su firma los chilenos y venezolanos que concurrían a dar su último adiós a un demócrata de verdad. En ese libro estamparon sus condolencias Senadores, Diputados y ex-presidentes de la república, aquellos que habían conocido a don Aniceto.
Sin embargo, ya la democracia venezolana empezaba a dar muestras de un resquebrajamiento en sus valores esenciales. Fue debido a ello que en aquel libro de condolencias faltaba la firma de su gran amigo, el presidente Carlos Andrés Pérez. Cómo no iba a faltar si se encontraba preso en su residencia en Oripoto.
Estaba detenido por haber cometido el delito de “peculado doloso” y “malversación” de 250 millones de Bolívares, equivalentes a 17 millones de dólares de la época, algo que parece una minucia para los estándares actuales en materia de corrupción y despilfarro.
Recordemos que el presidente declaró que los había empleado por razones de estado y que la ceguera política de la época hizo que le costara su segunda presidencia de la república. Aquello, luego de haber sobrevivido a la intentona de golpe de estado que encabezara en aquel entonces el Teniente Coronel Hugo Chávez Frías, asonada que cobró muchas vidas y un mayor debilitamiento de la frágil democracia venezolana de la época.
Parecía una ironía de la vida que quien había bregado tanto por liberar a demócratas, no pudiera siquiera estampar su firma en el libro de condolencias ante el sensible deceso de quien fuera un amigo entrañable que hizo de Venezuela su segunda patria.
Fue por ello que me atreví a pedir a Anita, su viuda, que me facilitara el libro de condolencias, lo llevé personalmente a Oripoto y se lo presenté al presidente Pérez quien agradeció profundamente el gesto.
Esta Navidad a los chilenos nos despertó la amarga noticia del deceso del presidente Carlos Andrés Pérez. Muchos podrán olvidar su esbelta figura, no ha de faltar quien sonría recordando las magníficas imitaciones que de su personalidad hacía el inigualable Cayito Aponte, más de alguien dirá que su desempeño en la segunda presidencia no fue bueno, y tal vez si todos tengan algo de razón.
Pero los demócratas latinoamericanos recordaremos al Presidente Carlos Andrés Pérez como un demócrata de verdad. En el inventario histórico de la ignominia queda grabado el hecho que falleció lejos del suelo que lo vio nacer.
Los chilenos lamentamos profundamente su partida y tenemos conciencia de la gran deuda histórica que tenemos con la democracia venezolana. En la querida Venezuela, los viejos líderes democráticos, ya cansados, están pasando el liderazgo a la actual generación. Quiera Dios que ésta tome conciencia de los valores y la gran responsabilidad que ha heredado.
Paz a sus restos.
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