Ramiro Valdez, el número tres de Cuba, vino al país a aceitar los planes represivos contra los opositores del gobierno. El historiador Agustín Blanco Muñoz repasa las razones que soportan la relación entre La Habana y Caracas
Por Agustín Blanco Muñoz
La llegada a Caracas de Ramiro Valdez despertó una gran alharaca. El presidente Hugo Chávez anunció a principios de febrero que Fidel Castro le pidió permiso para enviar un alto funcionario para que ayudara a resolver la crisis eléctrica. Ante esto hubo quienes entendieron el sentido de lo propuesto y quienes no salían de su asombro.
Los primeros sabían que el enviado era un personaje de la “alta alcurnia revolucionaria cubana”, hoy vicepresidente del Consejo de Ministros y del Consejo de Estado, y ya para el momento del asalto al Cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953, hombre de confianza de Fidel Castro, quien lo colocaría luego en altas posiciones ligadas siempre a la represión.
En 1959 Valdez fue jefe militar de la región central y luego segundo jefe de la Fortaleza ‘La Cabaña’, por donde pasó también Ernesto Guevara. Formó parte del equipo que aplicó la llamada ‘justicia revolucionaria’. Bajo su responsabilidad como Ministro del Interior se ejecutaron centenares de fusilamientos. Así aumentó sus credenciales para ocupar más altos cargos: viceministro de las Fuerzas Armadas, vicepresidente y jefe de la Dirección de Investigaciones del Ejército, el G2.
En 2006 dirigió el Ministerio de Información y Comunicaciones, con la misión de controlar el uso de los medios alternativos. Desde 2009, con Raúl Castro de Presidente, ocupa los cargos de Vicepresidente del Consejo de Ministros y del Consejo de Estado.
Ahora, no basta con saber quién es Ramiro Valdez, sino establecer la misión que vendría a cumplir en Venezuela. Y a este punto sólo se puede llegar si se maneja lo que está planteado desde 2003: un plan estratégico llamado a fusionar la “Revolución Bolivariana” y la Cubana.
Camino de sobrevivencia
Desde la perspectiva de la represión es posible entender por qué la dirección central envió a uno de sus hombres de mayor jerarquía. Una actuación encuadrada en los planes preestablecidos.
Es importante, sin embargo, determinar cómo y porqué llega a ser algo normal que el dictador cubano mande a esta parte de sus dominios a uno de sus secuaces de mayor confianza para que le levante un informe directo sobre el difícil cuadro histórico actual. Una información indispensable cuando el ‘proceso bolivariano’ recrudece su violencia represiva como condición para poder avanzar en su radicalización.
Esto quiere decir que hay una estrategia para mantener el mando-poder en determinadas manos, sin que exista claridad respecto al rumbo revolucionario de este movimiento.
¿Qué cambios ha producido la Revolución Cubana? Esto tiene una raíz muy precisa: a esta hora es muy difícil explicar o justificar la llamada Revolución Cubana. ¿Hay allí una sociedad que vive en condiciones materiales y espirituales superiores a las del pasado? ¿Se creó allí un nuevo modo de producción socialista y, en consecuencia, una nueva forma de vivir y actuar?
¿Se ha alcanzado hasta el presente algún nivel de igualdad? ¿Atrás quedaron los groseros privilegios propios de “la maldita burguesía”? ¿Todos los cubanos sin excepción portan hoy tarjeta de racionamiento? Y si ese objetivo no se logró en medio siglo ¿es lógico que ahora se quiera imponer esa misma realidad al caso venezolano?
Se trata de apelar, una vez más, al engaño. Aplicar la probada “ley del socialismo real”: los nuevos privilegios sólo pueden mantenerse por medio de la represión. Es la única manera de preservar los beneficios de las llamadas “clases revolucionarias”.
Por una parte, se vende la imagen de los nuevos salvadores de la sociedad y se pone en práctica el gran ‘populismo revolucionario’; por la otra, se arma un aparato de violencia dispuesto para controlar y someter por medio de la intimidación (miedo-temor-incertidumbre-angustia) o por la fuerza directa. ¿Y quién puede negar que la misión de Valdez y su equipo aquí ya establecido, tiene como objetivo cuidar ese aparato represivo?
Venecuba
¿Y cuáles fueron los pasos para llegar a lo que desde su aparición calificamos como Venecuba? El 22 de agosto del 2005 quedó formalmente instalada la fusión de las dos naciones revolucionarias, con un sólo propósito y único gobierno que garantice la estabilidad y consolidación del proceso transformador de las dos sociedades.
El punto de partida remite al propio nacimiento de lo que se conoce como “Revolución Cubana”. El 23 de enero, a tres semanas del derrocamiento de Fulgencio Batista, Fidel Castro visitó Caracas con el objeto de agradecer la solidaridad de Venezuela en la lucha contra la dictadura.
Pero a fines de ese mismo año el gobierno de Rómulo Betancourt comenzó un abierto enfrentamiento con las fuerzas de izquierda, entre las que se cuenta el Partido Comunista (PCV) y un desprendimiento del partido de gobierno, el Movimiento de Izquierda Revolucionario. Estos grupos se miraban en el espejo cubano y asumieron el compromiso de luchar por una revolución en el país.
Cuba, con Fidel Castro y el PCV a la cabeza, fue una de las fuentes de financiamiento y armamento para la lucha armada. Y llegó incluso a organizar incursiones al territorio nacional para traer combatientes y armas como la de Machurucuto en 1967.
En este momento se favoreció a los grupos de la ultra izquierda que no acataron el llamado de “los blandos” del PCV y el MIR para la pacificación y se mantenían en la línea de la violencia. Cuba rompió entonces con estos “traidores que se fueron al pasquín electoral”. Las relaciones entre estas organizaciones no volvieron a tener los niveles del pasado.
Durante el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez (CAP) los gobiernos de ambos países se acercaron. Atrás había quedado el período de exportación de la revolución y se buscaban afanosamente relaciones petroleras. El 2 de febrero de 1989 Fidel Castro asistió a la llamada “Coronación de CAP”. Y a la hora del intento de golpe del 4 de febrero de 1992 Castro fue de los primeros en manifestarle su solidaridad al mandatario venezolano.
Pero dos años más tarde, en diciembre de 1994, recibió al líder de la intentona golpista, Hugo Chávez, como un héroe en La Habana. En su discurso Chávez dijo que carecía de méritos revolucionarios, pero que volvería cuando los hubiera adquirido. Comenzó así una relación en la que el dictador trataría de sacar los beneficios que no obtuvo con su acercamiento a Carlos Andrés Pérez.
A su regreso de este viaje, a comienzos de 1995, en entrevista para el libro Habla el comandante (Caracas, 1998) le pregunté a Chávez sus impresiones. Lo más resaltante de su respuesta fue esto: “Fidel tiene la creencia de que me puede captar para el comunismo, pero yo estoy claro en que eso no tiene aceptación aquí”. Sin embargo, es obvio que prosiguieron los planes del caudillo cubano.
El 2 de febrero de 1999 Fidel Castro fue una de las grandes figuras de la toma de posesión de Chávez. Y al día siguiente nos encontramos al personaje en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela pontificando sobre la forma como debía conducirse la llamada revolución bolivariana: bajo la dirección de Cuba pero sin tratar de imitar aquella experiencia.
Castro pidió paciencia para consolidar el proceso venezolano. “Ustedes no pueden hacer lo que hicimos nosotros en 1959. Ustedes tendrán que tener mucha más paciencia que nosotros, y me estoy refiriendo aquella parte de la población que esté deseosa de cambios sociales y económicos radicalmente inmediatos en el país”. Y agregó: “Si la Revolución Cubana hubiese triunfado en un momento como éste no habría podido sostenerse”.
En esta oportunidad el dictador cubano señaló el primer gran lineamiento a seguir: cada paso en su momento. Desde entonces cuidó que “su nueva revolución” no se le escapara de las manos, como en la década de los sesenta, cuando no hubo paciencia y los llamados revolucionarios se lanzaron a imitar la experiencia cubana.
Castro sabía que el Departamento de Estado había aprobado, poco antes de las elecciones que le dieron el triunfo a Chávez, un acuerdo conciliatorio mediante el cual Estados Unidos reconocía al golpista a cambio de adquirir compromisos elementales: seguir en la línea del buen surtidor de energía, buen cumplidor en el pago de la deuda, eliminar la doble tributación, cumplir con la línea antiterrorista y, en fin, mantener las más favorables relaciones con la potencia que reconocía como demócrata a quien hasta la fecha había sido calificado como conspirador.
El ex presidente Jimmy Carter refrendó el acuerdo cuando, a pocas horas del triunfo de Chávez, señaló que en Venezuela había comenzado una revolución pacífica.
Fidel Castro no perdía de vista, pues, que tenía un competidor de mucho poder para el control y dominio de Venezuela. Por ello apeló a la tesis de la paciencia.
Fidel Castro no perdía de vista, pues, que tenía un competidor de mucho poder para el control y dominio de Venezuela. Por ello apeló a la tesis de la paciencia.
Y después del 11 de abril de 2002, cuando Chávez fue derrocado durante 48 horas, comenzó a elaborar un plan cubano para salvar a la denominada Revolución Bolivariana. Cuando la Mesa de Acuerdos y Negociaciones, promovida por el Imperio–OEA–Gaviria, propuso como salida política el referendo revocatorio, establecido en la Constitución, el guía y estratega de la experiencia venezolana convenció a su máximo dirigente de activar un plan de emergencia.
Es así como se implantó el modelo de las misiones, estructuras políticas con proyección social, que tienen como objetivo principal el reparto populista que sirva de base y fundamento para la estabilidad de la “naciente revolución”.
El triunfo –vía fraude-trampa-misiones– de Chávez el 15 de agosto de 2004, es visto entonces como una victoria de Fidel Castro. Este es el momento en el cual el presidente Hugo Chávez señaló que Venezuela cambió para siempre, y dejó la revolución made in EE UU para asumir la tutela cubana.
Entonces se desataron todas las fuerzas cubanas sobre Venezuela. El plan concreto es el apoderamiento. Liquidar todo lo que tiene que ver con autonomía e independencia. La llamada revolución bolivariana pasa a ser una simple extensión de la cubana.
Protesta e implosión
El descontento de la mayoría se siente por todas partes. Es la protesta por la baja productividad, la alta inflación, los altos precios, aunado a las prácticas de las expropiaciones. Una situación cada vez más apremiante que repercute en el ámbito político y significa la pérdida de popularidad de Chávez y de la credibilidad del régimen.
El descontento de la mayoría se siente por todas partes. Es la protesta por la baja productividad, la alta inflación, los altos precios, aunado a las prácticas de las expropiaciones. Una situación cada vez más apremiante que repercute en el ámbito político y significa la pérdida de popularidad de Chávez y de la credibilidad del régimen.
Buena parte del colectivo que ha suscrito y apoyado el llamado socialismo del siglo XXI se sitúa ahora en plan de rechazo de las políticas públicas inconsistentes, de los beneficios que el orden vigente proporciona a sus vanguardias para establecerlas como la nueva clase de los privilegios. Es la llegada del reino boliburgueriano que sintetiza el mayor descaro de esta tal revolución.
Esto obliga a hablar del estado de implosión que persiste en el partido gubernamental. Una confederación de grupos que ejercen a cuchillo sucio la lucha por el dominio de posiciones. Y a esta difícil situación interna se une la que nace de las relaciones internacionales.
Así como se ha hecho una profunda inversión para la compra-venta de voluntades-votos en el país, se ha adquirido, a punta de dólar-petróleo, apoyo internacional, ya sea del Alba, Mercosur, Irán, ETA, FARC, Rusia, Bielorrusia, China, España, Italia, Brasil, sin descartar las buenas relaciones comerciales que se mantienen con EE UU, a quien la “revolución antiimperialista” le sigue otorgando privilegios. El último fue la entrega de una parte de la faja petrolera del Orinoco a Chevron.
Así como se ha hecho una profunda inversión para la compra-venta de voluntades-votos en el país, se ha adquirido, a punta de dólar-petróleo, apoyo internacional, ya sea del Alba, Mercosur, Irán, ETA, FARC, Rusia, Bielorrusia, China, España, Italia, Brasil, sin descartar las buenas relaciones comerciales que se mantienen con EE UU, a quien la “revolución antiimperialista” le sigue otorgando privilegios. El último fue la entrega de una parte de la faja petrolera del Orinoco a Chevron.
Pero todo este apoyo no es suficiente para garantizar la estabilidad del régimen. El malestar interno crece. La repulsa a la destrucción-desmadre es cada vez mayor. Se tiene plena conciencia que en el caso de esta parte de Venecuba es indispensable mantener vigente la ley de la represión constante y cada vez más profunda.
El papel de Valdez
Y este es el papel que ha venido a cumplir Valdez. El G2 ha endurecido el control de todas las actividades de los ex venezolanos para limitar cada vez más la libertad de expresión, hasta el punto de sumar a la censura y auto censura el control de las conexiones a Internet y cualquier otra manifestación que atente contra el régimen.
Estas acciones implican el fortalecimiento de la lucha por los derechos humanos, conculcados en Cuba a lo largo de 50 años. Este pedido no ha logrado el desmoronamiento de la dictadura cubana, que a la fecha sigue asesinando hasta con el aval de supuestos demócratas como Lula Da Silva. Ya esta parte de Venecuba va en la misma dirección.
Y eso significa estar en el camino hacia un llamado socialismo del siglo XXI, que montado en Consejos Comunales y Comunas es también transición hacia un comunismo hasta ahora intemporal. Un camino que es, hasta el presente, un compendio de derrotas y frustraciones.
En lo inmediato ¿cuál es el objetivo a alcanzar por parte del régimen de destrucción? Planificar la maquinaria de fraude y ventajismo que garantice la victoria electoral en las elecciones parlamentarias del 26 de septiembre próximo, que le dé el beneficio de la ficción de democracia y libertad.
Pero en el caso (¡por desgracia negado!) de que se produjera alguna sorpresa que determinara el triunfo de “las oposiciones” se plantearían dos escenarios. La aceptación de la derrota por parte del oficialismo, pero a la vez la instrumentación de grandes alteraciones del orden público, que llevarían a medidas extraordinarias y hasta el propio autogolpe para, en medio de la gran crisis, eliminar la Asamblea Nacional y convocar una nueva constituyente.
El otro escenario corresponde a la sublevación del colectivo que, por no ser afecto al oficialismo ni a ‘las oposiciones’, podría avanzar para plantear su propuesta sobre la construcción de un orden social, cuyo principal valor sea la real extinción de las desigualdades.
En cualquier caso Venecuba actuará con el instrumento de la violencia, a punta de plomo, para implantar y mantener la vigencia del régimen de la destrucción, llamado, supuestamente, a reivindicar a las grandes mayorías. Se trata de un paso indispensable para construir el gran vacío socialista del siglo XXI, que ya es la aplicación de la lucha de clases, que se convierte en Dictadura del Proletariado, violencia mayor de una clase contra las demás para establecer una hegemonía, un polo de poder.
Esto es lo que ocurre en las llamadas experiencias revolucionarias del siglo XX y hoy parecen tener continuación en esto que se ha dado en llamar “el renacer del socialismo” o “el regreso del marxismo a la realidad”, después de su desaparición a propósito de la caída del Muro de Berlín.
En cada una de aquellas experiencias se pasó por el espectáculo de unas Dictaduras del Proletariado en las cuales esa clase no tenía ninguna figuración. Simplemente se actuaba en su nombre. Una supuesta vanguardia actuaba por ella. Es el tiempo de los “alumbradores de la revolución” que se colocan por encima de “las clases y sus luchas”.
De manera que la propia “ley” que establece que la lucha de clases es el motor de la historia queda materialmente en entredicho por quienes cambian clases, o más específicamente, la clase revolucionaria-explotada por la vanguardia que la representa.
Y este es precisamente el proceso que se considera ahora como camino hacia un comunismo que ha quedado reducido a la creencia de quienes enarbolan aún las banderas de la utopía. Nadie con un mínimo de sensatez puede avalar un socialismo en tanto privilegio de una vanguardia que avanza en términos de transición hacia una sociedad-régimen comunista.
¿Qué nos queda y hacia dónde vamos en este caso venecubano? ¿Tendremos que admitir resignados que estamos ante una realidad y un tiempo que corresponde a los privilegios de una nueva vanguardia para seguir favoreciendo a los Ramiro Valdez, los hermanos Castro y a los protohéroes boliburguerianos?
¿Tendremos que agradecerle a Chávez por estar aquí? Así lo expresó el pasado 13 de marzo en el Teatro Teresa Carreño: “Y yo me pregunto: Dios mío: ¿Y si yo no hubiera venido?” ¿Tendremos que agradecer que esta revolución nos trajo el nuevo salvador, síntesis de Cristo-Marx-Lenin-Bolívar-Zamora-Stalin-Mao para que avancemos hacia la conformación de una nueva historia?
¿Tendremos que agradecerle a Chávez por estar aquí? Así lo expresó el pasado 13 de marzo en el Teatro Teresa Carreño: “Y yo me pregunto: Dios mío: ¿Y si yo no hubiera venido?” ¿Tendremos que agradecer que esta revolución nos trajo el nuevo salvador, síntesis de Cristo-Marx-Lenin-Bolívar-Zamora-Stalin-Mao para que avancemos hacia la conformación de una nueva historia?
La tarea de Valdez y el G2 es garantizar que se consolide, por la vía de la violencia-represión más abierta, el régimen venecubano. Y esto implica la negación cada vez mayor de toda entidad democrático-electoral. Para esto, que sepamos, han servido las tales revoluciones hasta el presente.
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