¿Del Tío Sam al Tío Tom?
Por Diego Arria
Diplomático
Cuando el barril de petróleo rondaba los 140 dólares pocos líderes internacionales se libraron de los insultos de Hugo Chavez, jefe del petro-régimen venezolano. Algunas perlas de su arsenal oral fueron: “cachorro del imperio” (Vicente Fox); “analfabeta” (Condoleeza Rice); “mafioso” y “cobarde” (Álvaro Uribe); “hitleriana” (Angela Merkel); “corrupto” (Alan García); “fascista” (José María Aznar); “criminal”, “el propio diablo” (George W. Bush); y “pendejo” (José Miguel Insulza).
Sin embargo, la caída de los precios del petróleo lo ha obligado a moderarse. Por ejemplo, al presidente electo de los Estados Unidos, Barack Obama, lo llama “El hombre negro”, y ahora predica la ne- cesidad de normalizar las relaciones con los países a cuyos líderes ha injuriado a lo largo de su mandato.
¿Pero que significa para Hugo Chávez y para los presidentes de Colombia y de los Estados Unidos normalizar relaciones?
Para Hugo Chávez, que los países integrantes de la OEA continúen sin ni siquiera registrar sus violaciones a la Carta Democrática Interamericana.
Para el presidente Uribe, no arriesgar el provechoso comercio hacia Venezuela reservándose las pruebas de la colaboración del régimen venezolano con el grupo narco terrorista de la FARC hasta que a Colombia le convenga
develarlas, como cuando amenazó con llevarlas a la Corte Penal Internacional obligando a que Chávez retirara la fuerza
militar que había movilizado a la frontera con Colombia.
Pero para el Presidente Barack Obama la normalización implicaría llegar a un entendimiento con un régimen unipersonal y militarizado, que ha aprovechado la impopularidad del señor Bush como excusa para esconder su antiamericanismo,
y que colabora con cuanta organización enfrente a su país.
La única forma de superar las diferencias que separan a los Estados Unidos con el régimen venezolano, sería que el gobierno
norteamericano esté de acuerdo en darle rienda suelta al régimen para que continúe promoviendo la política de intervención
subversiva en nuestra región, y convierta definitivamente a Venezuela en un auténtico santuario de movimientos terroristas.
Es evidente que los norteamericanos escogieron a un nuevo presidente, pero no escogieron renunciar a los principios que
fundamentan su democracia, ni tampoco decidieron asociarse a regímenes que representen una amenaza real a sus intereses
y a su seguridad nacional.
Por su parte, Chávez pensará que “normalizar las relaciones” implica que Obama, por ejemplo, anule el juicio en Miami, que
revela la inmundicia del manejo de los recursos de los venezolanos por parte del jefe del Estado.
Los asesores de Obama no se engañan y conocen que el régimen venezolano ha convertido su antagonismo en la máxima
prioridad tanto de su política doméstica como la exterior. Saben que Chávez es un enemigo activísimo de todo lo que representa la democracia de su país, y saben que se conduce a lo largo de América Latina a contravía de los valores inherentes del país del norte.
Pero el obstáculo que hace inviable la normalización con los Estados Unidos es el propio Hugo Chávez, quien para mantener
su posicionamiento nacional e internacional necesita a Estados Unidos como su enemigo.
Sin ese país se quedaría boxeando con su sombra y tendría que enfrentar la realidad: a pesar de haber recibido durante su mandato ochocientos mil millones de dólares, gracias a la incompetencia y la corrupción
de su régimen ha llevado a Venezuela cerca del colapso.
No sorprenderá que en las primeras confrontaciones que Hugo Chávez tenga con el gobierno norteamericano volverá con sus insultos y calificará al presidente Obama de “Tío Tom”, término sacado de la novela de Harriet Beecher Stowe y que se utiliza en EE.UU. para insultar a los ciudadanos negros que se muestran serviles con los blancos importantes.
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