Por Antonio Herrera
La sociedad norteamericana -no sus gobernantes- es la que impone parámetros en ese país
En naciones con débil estructura institucional las cosas pueden moverse al antojo de un caudillo y se toman decisiones viscerales, al calor de la pasión o porque "me da la gana". Un elemento que diferencia a las naciones desarrolladas es que tienen pesos y contrapesos institucionales al poder.
Cuando Lula iba a ser electo Presidente de Brasil muchos dijeron que aquella enorme masa poblacional y extensión geográfica iba a caer en manos extremistas y a sumar aliados a las oscuras fuerzas que apoyan al terrorismo y al populismo irresponsable. Nada de eso ocurrió.
Brasil, a pesar de su carga de millones de marginados, cuenta con amplias capas poblacionales modernas y de considerable formación cívica. Lo mismo ocurre en China y la India. Brasil tiene además consolidadas instituciones como Itamaraty que hacen que la política exterior sea cuestión de Estado. Resultado: Lula se proyecta como gobernante civilizado; y con su elección Brasil liquidó el tema de la discriminación contra la izquierda.
Cuando Felipe González iba a ser electo en España abundaban alarmistas que decían: "¡Qué vienen los rojos!". Pasó lo contrario y hoy Zapatero y Moratinos flirtean con las izquierdas exóticas del mundo -como en su tiempo hizo el PRI mexicano- pero a la hora de la verdad toman muy en serio las relaciones con la Unión Europea y Estados Unidos.
Muchos analistas del Tercer Mundo hoy ven en el senador Barack Hussein Obama una alternativa radical ante el cansancio y exasperación que genera George W. Bush en la mayor parte del planeta.
Obama está impulsado en las primarias porque Bush es antipático, y porque muchos sectores marginados de Estados Unidos achacan al gobierno de turno políticas económicas que ellos - como en todas partes- creen causantes de sus propios infortunios.
Muchos analistas del Tercer Mundo, en su rechazo a Bush piensan que Obama viene a implantar una especie de régimen revolucionario en Estados Unidos. Olvidan que aún si el senador demócrata gana -para lo cual aún falta mucho- no podrá disponer del país como hacienda propia. Habrán algunos gestos y cambios de estilo, pero de allí no pasará.
Esos analistas olvidan que las dos guerras mundiales, Corea y Vietnam estallaron porque en el exterior algunos creyeron que presidentes demócratas serían tolerantes con dirigentes hostiles a Estados Unidos. La sociedad norteamericana -no sus gobernantes- es la que impone parámetros en ese país. Los enemigos de esa enorme nació
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