lunes, julio 11, 2011

Alonso Moleiro opina


Aunque con bastante frecuencia se le enrostren críticas a causa de su irregular desempeño, y muchas de ellas estén bastante fundamentadas, la segunda parte del año va a ofrecer, con seguridad, un aumento en el perfil de la Mesa de la Unidad Democrática, y del impacto general de su influencia como bloque político estructurado para defender los valores de la Constitución Nacional que este gobierno ha colocado en entredicho.

Puede que sea verdad que la coalición política en cuestión tiene unos límites en su accionar que a estas alturas lucen objetivos, y que, aunque se ha avanzado bastante en el terreno administrativo, y se ha consolidado, puertas adentro, un espíritu de trabajo en equipo que ya luce asentado, algunas de sus falencias más visibles tengan un carácter crónico.

Sin embargo, en el seno de las entrañas de la Unidad, comienzan a gestarse la cocción de algunos liderazgos que, de cara a las elecciones primarias, van a ofrecer muchas noticias, van a aumentar su influencia en la opinión pública, y, si obran con prudencia, grandeza y consciencia de la gravedad del momento actual, podrán abonar mucho, cada uno por cuenta propia, independientemente de que no todos triunfen, en la causa de la victoria electoral del año 2012.

Victoria que, como ha quedado dicho, independientemente de cual sea la evolución de las dolencias presidenciales, está necesitando con urgencia este país para alejarse del perturbador precipicio en el cual se encuentra parada en este momento.

Henrique Capriles Radonski, Pablo Pérez, Leopoldo López y María Corina Machado, los cuatro precandidatos con más chance, están técnicamente ya lanzados. Conforme los dilemas electorales comiencen a hacerse pertinentes oiremos hablar de ellos, cada vez con mayor intensidad.

Capriles tiene una aplaudida gestión como gobernador, se ha sabido rodear de un personal extremadamente capaz y ha desarrollado una inteligente estrategia de comunicación política popular que lo tiene anclado en muchos sectores que, en términos culturales, no habían formado parte del universo de la oposición. Los números hablan solos. Hoy en día, polarizados, las encuestas lo tienen empatado con Hugo Chávez. A ratos, incluso, lo derrota por ligero margen.

Pablo Pérez parece haber administrado con mucha solvencia el manejo de los tiempos para ir creando un interesante ambiente en torno a la necesidad de su candidatura. Cuando termine de hacerla pública será un enemigo a vencer. Es un buen gerente público, que ha logado darle continuidad a la hegemonía de la oposición en una de las entidades más importantes del país, con determinación y peso, un discurso político solvente y una postura equilibrada.

Algo más atrás, López y Machado son los portadores del diagnóstico más depurado en torno a los problemas nacionales. Son dirigentes con un corte similar: prácticamente formados para ejercer posiciones de mando; con experiencia en el campo administrativo y vocación de poder. López, que se había aislado de forma inconveniente de los factores de la Mesa, ha ido ofreciendo reiteradas muestras de disciplina unitaria y se ha rodeado de un interesante equipo de cuadros en torno a su novel organización, Voluntad Popular. Le resta despejar la incógnita planteada en torno a su inhabilitación.

Machado ha desarrollado un convincente trabajo parlamentario y es dueña de un carisma personal que tiene anclaje en los sectores populares, y que algunos observadores han cometido el error de subestimar. De seguro va a crecer en las próximas encuestas; aunque no deja de ser cierto que transita la ruta sin partido y sin estructuras.

Queda esto dicho, sin menoscabo de las otras propuestas que en estos momentos han presentado sus nombres: el gobernador del Táchira, César Pérez Vivas –el dueño de otra hegemonía que amenaza con extenderse, la del estado Táchira; el alcalde Antonio Ledezma o Eduardo Fernández. Persiste la incógnita en torno a Manuel Rosales.

Me limito, por ahora, a centrar el análisis en torno a los cuatro nombres que juzgo con mayor opción. La ecuación estará totalmente despejada en unos meses. Ninguna hegemonía política es eterna, y ésta ya se ha hecho inusualmente larga. Muchos sectores de la cuarta república cometieron la tontería de subestimar a Hugo Chávez en 1998, y muchos lo están haciendo ahora con estos dirigentes, especialmente ciertos periodistas y articulistas amigos del gobierno, que, entre un chanza y la otra, no encuentran como disimular su angustia y no terminan de entender que los deseos no siempre paren realidades.

Capriles Radonski, Pérez, López y Machado son la cabeza de playa de una nueva generación de gerentes públicos venezolanos. Si ninguno de ellos comete alguna estupidez gruesa, con seguridad van a dar mucho de qué hablar en los años que vienen. En los años y en las décadas: hablamos de ejercer el gobierno; integrar coaliciones; fomentar una transición sin traumas a la democracia; defender la legalidad en la calle y, eventualmente, ocupar de forma alternativa posiciones de poder.

Están obligados a reconocerlo y entenderse, como alguna vez se entendieron Betancourt, Jóvito Villalba, Rafael Caldera, Arturo Uslar o Gustavo Machado cuando el primer experimento democrático estuvo en peligro.

Trabajar con los partidos, con los intelectuales, los empresarios y el mundo obrero, para hacer posible la restauración institucional, la reconciliación nacional, la consolidación de la paz pública y el progreso que nos saque del lamentable proceso de degradación cotidiana actual.

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