jueves, septiembre 09, 2010

Lo que nos relata Diego Bautista Urbaneja









Diego Bautista Urbaneja
09 septiembre 2010

Diego Bautista Urbaneja || Manejar la muerte

Estos últimos años han puesto a los venezolanos a manejar en dosis desusadas, la más extrema de las experiencias humanas: la muerte.
El hecho toca aspectos cuantitativos y cualitativos.
Los cuantitativos son los que están más al alcance de la vista. Se trata de las diecinueve mil muertes violentas por año que acaba de establecer un informe oficial como la cifra que convierte a Caracas y a Venezuela en una de las ciudades y países más peligrosos del mundo. No discutamos, por favor, si es la primera, la segunda, la tercera o la cuarta.
Esa magnitud de violencia pone a esta sociedad a absorber cantidades de dolor, de rabia, de impotencia, de temor, que tiene saturados los canales por los cuales una colectividad drena esas cosas. Convivimos con la muerte como pocos países lo hacen: es nuestra más reciente fatalidad.
Se entremezcla con este aspecto cuantitativo otros elementos que ennegrecen la situación. El hacinamiento de los cadáveres en una morgue sobresaturada. La espera de los deudos en las afueras de unos locales inhóspitos. Los diálogos al pasar y los ruegos a funcionarios sobrepasados, para obtener el cadáver. La saña con que fueron asesinados muchas de las víctimas, que deja su huella odiosa en el estado de los cuerpos sin vida.
Pero además de estas cifras tétricas, en lo cualitativo estos años nos han impuesto la necesidad de manejar, de digerir, de reaccionar de formas que no conocíamos ante muertes individuales a las que las circunstancias otorgan significación especial. Hemos vivido así experiencias inéditas.
Ilustra esa afirmación el caso del deceso de Luis Tascón, que puso a prueba muchas fibras. El diputado Tascón se echó sobre los hombros un baldón con el que cargó en vida y que marcó ese nombre para siempre: el de la lista Tascón. Tan negativa era la carga que la existencia y la aplicación de la lista fue negada por mucho tiempo por los jerarcas del gobierno, hasta que el mismo Chávez reconoció su existencia y su rol, el día que públicamente la mandó, por cierto, a “enterrar”. Por qué Tascón aceptó jugar ese papel es un misterio que se pierde en los entresijos de su alma y nos cuesta imaginar qué explicaciones haya podido dar allí donde se rinde cuenta de las cosas hechas en vida.
La lista causó mucho perjuicio y sufrimiento en miles de familias y personas, que se vieron salvajemente discriminados por haber ejercido un derecho democrático. De ahí que ante el fallecimiento de su autor, vimos a los venezolanos que habían rechazado con furia aquella ignominia, ante la necesidad de manejar un hecho -la muerte de su protagonista- que ponía en juego sus reflejos morales más íntimos. Algunos dieron salida a toda la bilis acumulada y vimos circular mensajes terribles. Otros pudieron controlar aquellos impulsos y sustituir la reacción visceral, por una reacción en suma compasiva. Como le oí decir a un amigo: “Hizo mucho daño. Pobre hombre”. Más allá de las respuestas personales inmediatas, está la desgracia fundamental de ver cómo se ha llevado al país a una situación en la que reaccionamos de modos como los de los mensajes terribles.
Ahora tenemos entre manos el caso dramático de Franklin Brito. Dramático por absurdo y espantosamente injustificable. ¿Cómo es posible que el gobierno haya permitido que ese hombre se le muriera en las manos? ¿Cómo aceptar, como asimilar esa desaparición? Ha habido de todo ante ese hecho. Desde el vergonzoso intento del gobierno de atribuir la responsabilidad a otros -incluidos los hijos, válgame Dios- hasta la conversión de Brito en un mártir. Terriblemente, la muerte de Franklin Brito ya no le pertenece, y los que estamos en vida haremos con ella muchas cosas que aquel hombre que sólo pedía que se lo tratara dignamente verá con extrañeza. Por otro lado, las consecuencias políticas de su fallecimiento son naturales. No se necesita ninguna “conspiración mediática” para que las miradas de reproche de todo el país se dirijan al gobierno. Tal vez se lo cobre. Pero vuelvo a lo mismo: los venezolanos lidiando como mejor podamos con la muerte, esa siniestra presencia que nos acompaña todos los días con una frecuencia y una profundidad que no habíamos experimentado.
Gracias a este gobierno, ahí la tenemos todo el tiempo, a la muerte. Sea en los grandes números que inundan las morgues. Sea en esos decesos puntuales que disparan reacciones en las que nos cuesta reconocernos.
dburbaneja@gmail.com

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