viernes, marzo 25, 2011

Francisco Muñoz nos informa sobre Turismo.



Recordemos que hemos llamado servicios incentivadores del turismo a todos aquellos satisfactores que responden a las necesidades del visitante, cuya satisfacción generan una nueva necesidad como es disponer de un nuevo plan de desplazamiento circular (ir a un lugar y volver).

También sabemos que podemos llamarlo programa de estancia o programa de visita porque para el caso un plan o programa se integra a una estancia pasajera, y también porque el programa de estancia o visita implica un plan de desplazamiento circular.

Si nos fijamos en la cantidad de posibles necesidades que generan un desplazamiento circular, veremos que son prácticamente infinitas. Desde la necesidad de encontrarse con la persona amiga hasta la necesidad de cambiar de aires, es toda una inmensa gama de necesidades las que pueden impulsar a un sujeto a ausentarse de su entorno residencial para estar en otro entorno de una manera pasajera.

Junto a cada necesidad de este tipo siempre puede haber un satisfactor adecuado, pero si no lo hubiera no tendría lugar el desplazamiento. En el primer caso, será la persona amiga o bien el clima que nos conviene por salud o por simple placer, es decir todos satisfactores que nos inducen a desplazarnos para volver al punto de partida.

Son tantas las necesidades primarias y los bienes o servicios que pueden satisfacer nuestras necesidades como visitantes que conviene contar con una tipificación o clasificación de esos bienes o servicios a los que podemos llamar incentivadores, calificativo que alude al papel que los mismos juegan en la función de la producción del plan/programa.

Toda tipificación, como sabemos, se basa en criterios, y unos criterios no son ni mejores ni peores que otros, pero sí es cierto que todos pueden ser discutibles. Por ello, lejos de nosotros la absurda pretensión de proponer criterios de tipificación absolutos porque, sencillamente, esos criterios no existen, son realmente relativos.

Salta a la vista que, a pesar de la insustituible función que cumplen los servicios incentivadores, aun no dispongamos de una tipificación sólida y operativa de los mismos. Refleja esta ausencia la escasa atención que estos servicios han tenido entre los expertos en turismo desde que existe esta comunidad. Ellos se centran siempre en los que hemos llamado servicios facilitadores, a los que dedicaremos la próxima columna.

Es cierto que en España, por ejemplo, desde los años sesenta, se habla de recursos de interés turístico locales, comarcales, provinciales, nacionales o internacionales; y que hay tratadistas que han hecho tímidas propuestas en este sentido, pero es un hecho contundente que no han sido ni desarrolladas ni siquiera usadas, ni en la teoría ni en la práctica.

Si remachamos la idea ya expuesta de que no puede haber producción ni consumo de turismo sin consumo (abastecimiento) de servicios incentivadores, nos percataremos para siempre de que es imprescindible y urgente desarrollar correctamente un marco referencial al respecto empezando por su tipificación.

Los servicios incentivadores se pueden clasificar, como digo, en función de diferentes criterios. Empecemos por la propiedad jurídica. En función de esta propiedad, los servicios incentivadores pueden ser públicos y privados. Un ejemplo de los primeros es una playa, un río, un lago o una montaña. Entre los segundos podemos citar un parque temático o una estación de esquí.

Existe otro criterio, el de la naturaleza comercial. Hay servicios incentivadores que son mercancías y que por ello su uso exige el pago de un precio. Sus prestadores son empresas con fines de lucro, en general privadas, pero que también pueden ser públicas, con lo que este criterio se combina con el anterior.

Hay que reconocer que la mayor parte de los servicios incentivadores aun no han conseguido adquirir el estatus de mercancías. Esta es la razón por la que los expertos no los han tenido en cuanta ya que, al no ser producidos muchos de ellos con fines onerosos, carecen de precio al ser de uso libre. Es el caso de las playas, de los parques naturales y reservas de la biosfera. Sin embargo, son ya muy abundantes las propuestas que insisten en la necesidad de que su prestación se haga mediante el pago de un precio.

Se pueden contemplar otros criterios de tipificación de los servicios incentivadores. Uno de los más interesantes es el que atiende al carácter de ser producido en la actualidad versus haber sido legado para las generaciones pasadas. Los monumentos históricos y artísticos (las catedrales góticas) y muchos museos (el Louvre, el Prado), así como su contenido en grandes obras de arte, y muchas ciudades, (Sevilla en España y Guanajuato en México) son servicios incentivadores legados por las generaciones pasadas, mientras que otros como el Museo Gugenheim de Bilbao, por ejemplo, o bien la Ciudad de las Ciencias y las Artes de Valencia y también el Eurodisney de París, prestan servicios gracias a poder contar con establecimientos que han sido producidos en nuestra época.

Las bellezas naturales como las cataratas del Niágara (Een USA y Canadá) o el Salo del Angel (en Venezuela) , el clima o la nieve, son igualmente incentivadores legados, pero no por las generaciones pasadas sino por la naturaleza. Esta clasificación coincide con lo que constituye el patrimonio de una ciudad o de un país. Se trata de lo que algunos llaman patrimonio natural y patrimonio cultural, conceptos que engloban tanto los incentivadores legados por la naturaleza o por la historia, como los producidos en la actualidad. Obviamente, los que son producidos en la actualidad están llamados a engrosar en el futuro el catálogo de incentivadores legados por la historia.

También pueden clasificarse los incentivadores según se trate de actividades (por ejemplo espectáculos o festejos) o de establecimientos (centros de enseñanza, fábricas). Igualmente, cabe pensar en clasificar los servicios incentivadores de acuerdo con su carácter puntual (un eclipse, una conmemoración) o permanente (un teatro, un estadio)

Conviene resaltar la importancia que tiene a la hora de tipificar los servicios incentivadores el radio de acción en el que se encuentran sus potenciales demandantes, un criterio que coincide con el ya citados al hablar de los recursos de interés turístico que se crearon en España en los años sesenta.

Es obvio que hay una descomunal diferencia entre los incentivadores que captan la demanda de todo el mundo (por ejemplo, las olimpiadas) y los que solo logran captar la demanda de una comarca (por ejemplo, las fiestas en honor de una Virgen local) Entre ambos extremos tenemos una amplia gama de incentivadores cuya demanda va desde la del mismo continente (por ejemplo, la ciudad de Santiago de Compostela), hasta la de la misma nación (por ejemplo, las Fallas valencianas o la feria de Sevilla) pasando por la de la región, la provincia, etc.

Esta relevante clasificación conviene tenerla muy presente para evitar creer, como pasa a menudo, que la humilde ermita de un lugar, por ejemplo, sea considerada como un incentivador capaz de generar una demanda significativa en ese lugar, como tantas veces se cree irreflexiva y alegremente.

Debe observarse que es obvio que la tipificación de los incentivadores es una operación que responde claramente a un conjunto de criterios, de forma y manera que cada servicio puede ser tipificado en función de más de uno de ellos.

Resaltaré de nuevo que si bien los servicios incentivadores son imprescindibles para la producción de turismo, estos servicios se agotan en sí mismos cuando, como veremos, los facilitadores, de menor significación en el proceso de producción de turismo pueden tener la extraordinaria facultad de añadir a su función natural una función claramente incentivadora. Es el caso de la gastronomía, por ejemplo, la cual, cuando es del relieve, desborda ampliamente su función facilitadora natural para cumplir una destacada función incentivadora añadida. Lo mismo acontece con muchos hoteles (los llamados hoteles con encanto o los hoteles verdes, por ejemplo) y con numerosos medios de transporte (por ejemplo los cruceros o el Air Bus)

Debo de dejar meridianamente claras dos cosas:

1. que los servicios incentivadores nunca no son turismo ni se deben confundir con él, y

2. que el especialista en turismo debe conocerlos como conoce la palma de su mano, sobre todo, los que se localizan en el territorio en el que su empresa de turismo para la cual trabaja se propone elaborar sus productos, sea que la empresa esté ubicada en el territorio en el que los mismos incentivadores o en cualquier otro lugar, pero nunca limitándose al simple y mero inventario de recursos, sino ir más allá, es decir, adquirir una plena y operativa conciencia de las posibilidades que ofrece cada uno de ellos de cara al diseño de los incentivos para los productos que la empresa turística quiere colocar en el mercado.

Terminaré poniendo de manifiesto la necesidad urgente que existe de investigar con ahínco el campo de la investigación de los servicios incentivadores: pues de su pleno y operativo conocimiento depende en casi su totalidad la eficiencia en la producción de turismo.

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